2.8.06

El tiempo de dejar los carteles

En rededor están sucediendo cosas extrañas. Uno no puede saberlas exactamente... se presienten, como tal vez música en la lejanía (esos momentos en que la frontera entre sentidos y recuerdos se funde de improviso, cruzando la calle Santa Fe, y frente a una vieja fábrica quemada). No es que dude de su existencia, sino que soplan entre nosotros con tanta fatalidad, que nuestros cuerpos cansados prefieren observar un cartel.
Porque las cosas extrañas no tienen colores (¡qué tontería! ¡colores...!), sino que ocupan un lugar en la existencia que se acerca al tacto o al olfato, pero que nunca llega, se vuelve agua fantástica, se vuelve un componente del frío de invierno.
No sé por qué lo explico, todos sabemos. ¿Acaso no hemos sido los ojos para esas cosas? Tan fuerte pasan, nos alborotan... el suspiro que rompe la cáscara. Y los brotes benditos que asoman a su paso son lo que nos salva del instante. No hay mucho más.
Yo sé que estas crónicas de lo maravilloso son poca cosa, no más que una sensación de incómoda fascinación chiquita. Pero a quién le importa, al fin. Si el tiempo de dejar los carteles y viajar aquí dentro ya empezó hace rato.


(29/7/06)

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