22.9.06

yo, córdoba, las cosas

De mañana, las cosas se ven mejor. Córdoba se vuelve un beso en el pecho, una estampida de rarezas, mil veces repetida yo.
Aguardan las formas de mí en los pasillos. Y la niña que era, jugando en un patio cercano, prohibido recordar. Pero yo planeo por caminos incorrectos, sonrío, me vuelvo un poco boba mirando lugares que quiero trepar para ver el cielo.

Ahí estoy yo, cerca del sauce que se vuelve río. Quiero y soy la primavera que se viene encima: yo, la ciudad; todas las flores menos una.
Los ojos cerrados, es de mañana. Soy el aire que nos envuelve y los colores que se ven mejor por estas horas. Van por ahí: los cuerpos escondidos en bambula, los nombres fantásticos de los edificios.

Córdoba vino a mí, en sueños, por la mañana. Y yo lloraba y lloré más que los otros días. Porque fui, soy, todas las que me anteceden en círculo. Porque volví, pero aquí estoy desde hace años, esperándome. Acá, ciudad vacía, he de ser todas las flores menos una.

21.9.06

Ciudad

Así como la araña es un mundo, la ciudad es un instante.
Segundos antes, yo esgrimía dentro el soliloquio de siempre. Y ahora, quién sabe por qué, acabo de ver la ciudad. De verdad, con mis ojos y todo. Desacostumbrarme a pisar sus veredas deslucidas.
No sé cuándo perdí, la pista, pero ella estaba ahí, haciendo monadas, esperando que la viera. Guardaba tras el humo casas más antiguas que mis sueños, y cadáveres de los que ya perdieron y no pueden volver. Había un hombre fumando pipa, y una serpiente haciendo bucles en la tierra. Había pájaros... todos los pájaros que vi muertos ahora se agolpaban en el camino para cantarme. Y esto no es una metáfora.
Abrí los ojos, había gente de en serio, ninguna ilusión. Pasaba el rostro con rimmel que quiero perder, pasaban las voces que a veces soy pero que hoy me asustan. Y más cosas extrañas. Una nube, un farol, entre otras que perdí por no tener millones de pupilas.
Delante de mí, sin decir palabra: el auto colgado de la pared, el gran muñeco que camina entre la gente. Y no estoy inventando: era rosa, llevaba una mochila. No es broma, pero nadie quería mirarlo.
Seguí así, descubriendo el absurdo en las paredes de los bares, y viendo que el tren muerto y la nave del espacio a veces comparten lugar. Payasos opacos, un hombre que me canta, el arsenal de ipheiones en el piso. Nunca entiendo cómo crecen con el humo.
Qué extraño, qué extraño. Que esto no sea una metáfora, y que en las escuelas se escondan los bichos sin nombre. Que la chica me mire con ojos desorbitados, y aun así existan los racimos enormes de flores violetas.
Y que yo, encerrada, triste, verborrágica, no haya visto nada.
Por fin, por una tarde, desperté y estaba en mi ciudad. Y esto no es una metáfora.

(21 del 9, madrugada).

16.9.06

Fragmento I

pero desde el fondo, emerge una figura espantosa.
Muy precisa, rodea todo mi cuerpo y se posiciona en el lugar justo: bloqueando la salida. Yo, que me he quedado inmóvil, conservo en el rostro las mismas facciones que antes de verla. Pero sé (y ella también sabe) que un terror extraño, difícil de dominar, me corre por las venas.
Todo se vuelve cada vez más confuso. El agua caliente sigue corriendo, y el vapor lo inunda todo, difuminando los contornos. No puedo ver sus ojos, pero sé que me mira.
Afuera resuenan todavía las bombas y los gritos; los monstruos no existen para el resto del mundo. Nadie vendrá a ayudarme. Y ella sabe... mi cuerpo desnudo se estremece. Entre la niebla, pensando en el contacto escalofriante con su fino y áspero ser. Ella sabe.
Yo sé que corre. Yo sé que puede saltar. La cita es inaplazable; lo es cada vez.
Siempre igual, intentando calcular cuánto pueden sus miembros quebradizos contra los míos. Pero el terror... el terror me vuelve débil. Y mi piel no soporta el concepto de sus patas desgarbadas y precisas.
Otra vez, mirarla. Sin ver sus ojos, clavar mis sentidos en ella. Me está mirando. Me mira. Y en cualquier instante se moverá hacia mí.



(13/9/06)

13.9.06

HOMENAJE

Dijo “Mariposa”, “Amelia”. Y me volví en el aire oscuro de la tarde de oro. Entre los higos como flores cerradas, pesadas y violetas.
Dijo “Amelia”, un antiguo nombre, tal vez, el mío, el verdadero, antes de nacer.
Era el Dios que hablaba, era el Puma.
Me volví,
buscando su cara de oro, su invisible huella.
Mas, nada había: sólo el viento que jugaba, como siempre, en el jardín de higos y violetas.

...

Estaba parada en medio de la luz de la luna. A lo lejos, seres increíbles: Mario, los unicornios, lo lobizones, la paloma de la paz, la Liebre de Marzo.
Las cosas que tienen blancura se distinguen mucho, husos y rosas.
La casa está abierta y deshabitada. Y sabe que alguien la está mirando desde afuera. Aunque a veces, de las puertas, sale algún caballo y se hunde, enseguida, o de la ventana, y desaparece.
En la azotea –y no sé cómo se ven-, hay una paloma que, a la vez, es inmóvil y crece, dos o tres huevos, ya, para siempre, juntos y justos. Y una taza.
Quiero despedirme, irme; una vez hasta llegué al camino real, subí a un carruaje; pero, bajé, en seguida.
Y volví desesperadamente, casi volando, me entré en las hierbas, y, ya, invisible, seguí mirando la casa.


...

Miró un pimpollo de rosa amarilla (como un topacio, un coágulo de miel, un pocillito de té).
Y una telaraña que empezó a ser cuando ella empezó a mirar, el hilo de seda que giraba y formaba la tela (con las piedras brillantes).
Y una azucena roja, señoril.
Viendo esas cosas no fue a la guerra,
no se casó con nadie,
perseguía a Mario.
Y, ahora, sopla viento del norte en las colinas, viento del sur, del este y del oeste.
Se entreabren oscuras ventanas donde ella está fija para siempre.
Y los más antiguos códices, flor de lis.



Esto fue un homenaje a Marosa Di Giorgio –poeta uruguaya-, si es que homenaje puede llamarse el postear tres de sus prosas en un blog tan solitario como éste. Como sea... me costó mucho dejar de escribir... me habría encantado poder ponerlos todos, pero iba en contra de la lógica práctica.
Por supuesto, ella es una de mis influencias más fuertes en poesía, en especial en prosa poética. Espero que no sea tan evidente . En algunos momentos (y me pasa con esos pasajes que he leído tantísimas veces) estoy a punto de corregirlos, de cambiar una palabra por otra que se me antoja más cómoda. Entonces me detengo y me doy cuenta que ella no soy yo, que no son mis palabras las que Amo tanto.
Pero, en fin... si no existieran estas cosas, se diluiría mi esperanza de ser uno con otros, en vez de ser dos conmigo misma.




(9/9)

10.9.06

Condesa Cítrica y Tenue Emperatriz vinieron a espiar mis ventanas. Y dijeron cosas extrañas, dijeron cosas que hacía tiempo yo no recordaba. Dijeron: besar, ¡qué bien!.
A mí me pasó algo similar.
Sólo que mentí a las mariposas, o ellas murieron en medio de la danza. No estoy segura.

Y ahora las espero, sentada. Con el té en tacitas de porcelana, recordando que hace tiempo no escucho una voz de mujer.

8.9.06

Viento

Justo el día en que no me ato el pelo, aparece el viento.
Las calles se vuelven de tierra. Los baldíos se vuelven desiertos. Y ese viento maldito que lo penetra todo se levanta como un torbellino que todo lo que toca vuelve ocre.
Yo camino contra el viento. Yo nado, pienso, como una enferma que te persigue por todos lados. Con las manos cierro la campera que tiene el cierre roto. Alrededor, las hojas y la basura de la calle se arremolinan en coreografías magníficas. Yo no las veo. Como una loca, como una máquina, te pienso y avanzo, sin ver. Sin oír más que el viento.
La tierra en el aire es tanta, que camino con los ojos cerrados. Espío apenas el piso para no tropezar tanto, y eso alcanza. No sé cómo hago. Ni me importa. Yo voy paso a paso, tozudamente en contra de la tormenta y te pienso, mastico tu nombre, soy una enferma obsesionada con los matices de tu última palabra.
Ya no sé cuántas cuadras soplaron bajo mis pies. El silbido interminable que puebla la ciudad me hace acordar a vos. Mierda. Todo me hace acordar a vos. Incluso este camino que parece infinito... y que no tiene más razón que la de un poco de tiempo sola para pensarte. Así de desquiciada estoy: aunque todos se hayan encerrado en sus casas, yo salí a perseguir tu sombra.
No puedo decir todo lo que no vi. No recuerdo a dónde iba, ni si llegué; acaso haya estado viniendo hacia este lugar. Pero sé bien qué pensaba: las partes de tu rostro que todavía recuerdo, una palabra que duele, y esa pesadilla que desde anoche no puedo quitarme de la cabeza.


(6/9/06)

Días

De pronto me sobresalto. Detengo mi paso apresurado y veo –me veo- en medio de la calle, dirigiéndome a quién sabe dónde. Cómo llegué ahí, no lo sé. O, mejor, dónde estaba yo cuando ella, la otra, las otras acaso, decidieron que yo iba a salir a caminar.
Recuerdo, sí, las razones. Sé que lo pensé y supe que estaba bien. Sé que salí en algún momento y supe que salía. Pero ¿dónde estaba? ¿qué estaba haciendo yo? O, si era yo ¿de qué desperté?
Espantada, pregunto: ¿Quién era este cuerpo mientras ese algo inasible de mí estaba en alguna otra parte?

O...

Ando por la calle. Yo, creo. Como siempre, mirando hacia los lados y arriba, juntando los colores de memoria. El camino es largo, así que el tiempo rebosa de percepciones y protorecuerdos.
Pero hay un instante preciso (uno solo cada día) en que una sensación levísima desencadena una serie de recuerdos de abrumante intensidad en mí. Todo sucede en un instante: el detonante es tan tenue que apenas puedo suponerlo, y todo el universo que acaba de sucederse, remolino de dèja-voues (?) y vaticinios, se escapa a la velocidad en que supo aparecer.
Todo se desvanece, no importa cuán duro intente atraparlos. Sólo queda esa sensación de pérdida fatal, y unas imágenes borrosas que me remiten a algún lugar inexplorado de mi mente.
Espantada, pregunto: ¿Qué será este cuerpo ahora que ese algo inasible de mí se ha marchado a otra parte?



Así se suceden mis días.


(5 de Septiembre)

5.9.06

Santa Rosa

El día de Santa Rosa hacía sueño y un sonido mágico que había olvidado desear. Me levanté desconcertada, para buscar frenéticamente el nombre de aquel perfume que me había invadido el tiempo. Pero tuve que esconderme porque las personas gritaban, y se habían vuelto un poco locas también.
El día de Santa Rosa tenía un aroma de cerrar los ojos. Lo había sentido el día anterior: aquel sosiego dulcísimo que anticipaba el milagro. Y hube de revolver entre esos pocos recuerdos que son más que letras y borrones para encontrarlo.
Un amanecer en el campo. Madrugar en Mar del Plata. La tarde tranquila de Córdoba vacía. Tener sueño y salir de casa para verte igual. Una vieja casona en Unquillo. Los jazmines florecidos que me raptan al pasar. Las cosquillas del frío en el cuello. Mis ciudades, angélicas, que se vacían. Y la peatonal que brilla e invita, con los sauces llorando sobre el río. Todos esos recuerdos y un mismo perfume que los conecta.
El día de Santa Rosa me devolvió una parte del alma que se había llevado el verano. Y yo abrí la ventana y me llené el pecho de aquella niebla finísima que merecía ser recibida así, con lágrimas en los ojos. Esa magia que había olvidado desear y que lleva el bellísimo nombre de lluvia.
Tanto tiempo esperándola, y yo sin saberlo.


(1 de septiembre)

4.9.06

Nadie me escribe. Nadie me llama. Nadie dice nada cuando digo que nadie me escribe y que nadie me llama. Nadie sabe si puedo o no ser una flor. Nadie quiere correr y regalarme un beso. Nadie me ha escuchado nunca y no me llaman Otro; me llaman, simplemente María.
Todos esos rostros que corretean de a montones... todos esos nombres imposibles de olvidar. Todas las posibilidades de mis manos, y yo sigo esperando a que vuelvan los cuerpos que maté.

Ya sé. Los murmullos que se parecen a mi nombre son apenas espejismos. Y aunque yo predique bailar, nadie puede hacerme dejar de errar cabizbaja entre mis pasillos.
Pero es que me gusto un poco. Huiría de mí su fuera un ángel? Porque todas esas cosas bellas siguen partiendo de mí a costas imprecisas que no puedo vislumbrar...

(y esto es sólo un comentario aburrido)