31.10.06

pero vestirse de rojo tiene otras ventajas: ser un cuadro en cualquier parte, crear fotografías frustradas a cada paso que damos.
y sin embargo ahí seguimos, todas, que el marrón, que el celeste, que los híbridos de ayer que llovía.

Siquiera anduviéramos perfectos: todos vestidos de nada y sólo dos (él en negro, yo de rojo) caminando de la mano por las calles.

(30/10/06)

26.10.06

Dejar de llorar en cinco pasos

(1) Detecte el momento de la oleada baja del llanto. En general, cada cinco minutos de llanto desesperado, la presión de agua merma un poco; pero es más conveniente encontrar el momento justo en que las aguas están más bajas, lo cual sucede cuando el cuerpo descansa, preparándose para un nuevo ataque. Esto es aproximadamente treinta y tres minutos después que han comenzado los hipidos iniciales.
(2) Aproveche el tiempo: no será mucho. Incorpórese con el menor aplomo posible y diríjase al sitio poblado más cercano. Esto lo obligará a mantener la compostura por unos minutos. Para optimizar resultados, encontrar sitios de alta presencia, como circos o pantanos, que puedan captar su atención momentáneamente. Evite consultorios médicos, que siempre tienen puesta la radio en frecuencia Romántica.
(3) Tome una bolsa (de papel, para reducir la contaminación) y comience a poner dentro todos los papeles que encuentre. Entre estos cuentan: fotonovelas eróticas, folletos de Red Megatone, panfletos peronistas, la revista Caras y el teléfono de la tía de alguien, entre otros. Apresúrese, la corriente subirá en cualquier momento.
(4) Cuando todo eso esté listo, cierre la bolsa con un nudo o con una cuerda. Si es muy pequeña, puede rellenarla con aire. Tráguese la bolsa (en lo posible, entera), pero no haga de ello un mundo: “deje que fluya”. Ahora, ubique a qué altura del pecho está el hueco que deja escapar toda el agua, y sacúdase hasta que en gran bollo de papeles caiga dentro y lo tape. Es probable que tenga que darse algunos golpes en el pecho para que se encastre bien.
(5) Usted habrá podido contener el llanto hasta que los bordes cauterizados del hueco comiencen de nuevo a regenerarse. Cuando lo hagan, expulsarán la bola hacia un lado. Puede suceder que caiga hacia dentro (lo cual no es conveniente), o que la tire hacia fuera, de donde Ud. deberá sacarla y reemplazarla por otra más pequeña hasta que el agujero se cierre por completo.

De este modo fácil y práctico, se termina con esos molestos llantos e hipidos que incomodan la vida social y perjudican el trabajo. Junto con una cantidad considerable de aspirinas y afines, Ud. conseguirá una vida relajad ay sin sobresaltos.
Por cualquier duda consulte a su médico. Pero ojo con la radio romántica.

(20/10/06)

Coreografía

no estoy segura de qué pasa antes que yo abra la puerta, pero es algo grande.
apenas yo salgo, la tensión y los jadeos previos se disipan, dan lugar a la obra maestra. ellos (todos) salen con los vestuarios que acordaron, a veces son tan extraños, como si alguien pudiese dejarlos de mirar. aparecen de a poco, todo pactado. las melodías que habían practicado son siempre perfectas, un desorden polifónico. pero a veces no me gustan, y es para que todos se rían, que los compositores me lo han dicho ya.
y las coreografías, sus ser tan hormiga, tan mariposa, que van y vienen y deambulan por las plazas y las calles sin salir. yo sé, yo los he visto. tan perfectos, niños-payaso, un llanto y los gritos de nunca acabar.
son fascinantes. las vírgenes se hacen las tontas, como si no entendieran, es imposible hacerlas confesar. pero en ellos veo (se equivocan) las miradas de reojo y la paz de cuando me río.
me lastimé y no sé con qué, no me acuerdo. así que salgo y los veo, todos ellos, los bellísimos disfrazados de mí, de gente con nombre, como si vivieran realmente. los imbéciles, que son ángeles, que no lo son, aún no me acuerdo sus motivos de herirme profundo.
pero yo qué sé, están ahí, bailan al compás de un misterio que no quiero saber. yo me acerco, finjo comprar un helado (mi parte también está escrita), pero me gusta más verlos, yo no quiero actuar hoy.
me perdí los ensayos anteriores.


(16/10/06)

Hambre

Ahora, yo y la angustia nos queremos comer el mundo. Antes, por lo menos, teníamos hambre. Pero ahora ni siquiera; sólo el color soso, inapetencia del aburrimiento.
Empezó así: hambre y sueño, refugio de soledades. Porque todas las demás cosas que hacía se llamaban más o menos esperar. Y ahí anduvimos revolviendo las montañas comestibles o de verse bien. Ahí anduvimos escarbando, aprendiendo a no hacer nada más.
Era mordisquearlo todo. Arrancarle la cabeza a las cosas, desgarrar cada pieza hasta los filamentos. Era perseguir los colores líquidos hasta en sueños para devorarlos con el ansia incurable de los días que ocultan sonidos.
Al menos así tenía sentido. Dormir la vida, comer el mundo. No esperar. No esperar.
Eso sí que tenía sentido.
Pero ¿y ahora?
Yo y la angustia seguimos persiguiendo las formas, pero no es lo mismo. Ya no quiero, no queremos. Gracias, no tengo hambre. No tengo sueño. Se quiere ir a dormir. No tengo, no tengo hambre. No puedo...

Hoy nos sentamos, codo a codo y no charlamos. Nos sentamos a no comer, a no dormir, que es siempre igual a esperar eso que nos desespera.
Ahora, yo y la angustia nos queremos comer el mundo, aunque sea imposible. Aun juntas, somos infinitamente pequeñas.

(7/10/06 à madrugada)

La visita del Coro

Ante todo: los cuerpos arrojados sobre el escenario se volvían personas al cantar.

pero nunca supimos qué decir ante sus ojos, voces errantes de los labios al pecho, no supimos reír empachados de gozo, sus nombres ridículos y la piel real. no corrí a abrazar la niña rubia, no volví a ver la sonrisa o lloré ante ellos ni me rendí a Dios.
perdimos, no fuimos los espectadores griegos, no supimos callar, nunca encontramos qué decir o desdecir desde el cuerpo. no me paré, ni besé la voz fugitiva de los tenores entregados. poco asimos de la sangre que llovía ojos cerrados y nunca, nunca más he de volver a sublimar la sonoridad impar.
ellos fueron allí, eran idiotas que se volvían ángeles, y nosotros perdimos, cómo voy a salir ahora. ellos estuvieron allí, o en los sueños de la noche, y las voces te rozaban despacio, sino en el cuerpo en algún lugar más allá.

El espacio en blanco no importó nada. Y las voces fugitivas sí, aunque no podían entenderlo.
Acá dentro
en el fondo uno se pierde muchas cosas.


(5/10/06)

17.10.06

...

acaso lo infinito siga trazando dibujos sobre mí.

5.10.06

Teléfono II

. Llamaron por teléfono (algo tienen los teléfonos en este tiempo). Yo había tenido sueños confusos y hube de acostumbrarme al frío de la mañana. Aún no estaba el café.
. Llamaron por teléfono y yo sólo dije: voy para allá. Corrí al armario, encontré la navaja, me quité el camisón y te dije: tomá; ayudáme a encontrar las alas.
. Pero no estabas hacía tiempo (yo me había olvidado), tuve que usar un espejo para encontrar las fisuras, y en las espalda cortar así, sin verme. El teléfono seguía sonando, y yo no podía correr a decirles ya voy, ya casi estoy lista.
. Llamaron por teléfono y yo rescaté mis alas de las profundidades de la piel. No eran ya blancas; acaso no lo habían sido nunca. Pero abrí la ventana y volé el pelo suelto, los labios fríos contra la tormenta.
. No sabía el camino. Nunca había salido de la torre. Así que anduve hacia el Mar, que está siempre en medio, y me dispuse a cruzarlo. Pero allí el cielo es siempre agua, no sabía dónde estaba, no podía respirar.
. Llamaron por teléfono y yo dije: ya voy. Salí volando, rompí el camino, los océanos se me vinieron encima. Pero el agua me despertó y hube de escuchar en la oscuridad de la mañana virgen cómo sonaba por primera vez
. el teléfono.


(2/10/06)

Teléfono I

. Cuando la falta de aire comienza a ser insoportable, recurro al tubo de oxígeno. No lo uso a menudo porque es un poco caro, y además el oxígeno se envicia muy rápido.
. He notado, eso sí, que nadie entiende por qué lo busco tanto. Su limpidez hiende mis pulmones desacostumbrados, así que siempre duele mucho y termino llorando. Pero es el único modo en que me vuelven a brillar los ojos.
. Así que mientras pasan los días, trato de robar aire de otros lados: el tubito de los peces, los globos de los cumpleaños viejos, las botellitas de la montaña. Pero cuando ya la piel se me vuelve gris de tanto sonreírles a los comensales, me decido a respirar.
. Hago así: saco la alcancía secreta donde guardé los tres millones de moneditas que sobraron y las cuento. Si no alcanza, tengo que salir a robar o algo. Camino hasta el quiosco y digo: hola, señor, cómo anda, ¿no me da un sobrecito de oxígeno, por favor?. Pero nunca entiende, y tengo que llamarlo por sus otros nombres imprecisos.
. Vuelvo, rompo el sobre (el corazón me golpea el pecho), marco los números y espero. Pasan los segundos terribles de adrenalina que se parecen mucho a verle la cara a la muerte. Pero entonces escucho dentro del tubo:
- ¿Hola?
Todo está bien entonces. Duele, profundo y calmo y puedo, finalmente, respirar.

(1/10/06)