29.12.06

Pasionaria

“(…) De día, luchaba contra la angustia; de noche, luchaba contra el deseo; sin cesar, luchaba contra el vacío, forma cobarde de la desgracia. (…) Poco a poco, yo iba ocupando el lugar del hombre que me faltaba y que me invadía. Acabé por contemplar, con los mismos ojos que él, el cuello blanco de las sirvientas. Egisto galopaba a mi lado por los eriales (…). Yo lo miraba menos como un amante, que como a un niño que hubiera engendrado en mí la ausencia (…). Infiel a mi hombre, seguí imitándolo. Egisto no era para mí sino lo equivalente de las mujeres asiáticas o la innoble Arginia. Señores jueces, no existe más que un hombre en el mundo: los demás no son más que un error o un triste consuelo, y el adulterio es a menudo una forma desesperada de la fidelidad. Si yo engañaba a alguien, fue con seguridad al pobre Egisto. Lo necesitaba para percatarme de hasta qué punto el que yo amaba me era irreemplazable. (…).”

Marguerite Yourcenar, Fuegos. “Clitemnestra o el crimen”.
O todas las mujeres somos una, o toda búsqueda en las palabras termina en la misma aterradora verdad. Un pedacito más: “También yo, señores jueces, conocía el porvenir. Todas las mujeres lo conocen: siempre esperan que todo acabe mal.”

Fugacidad de la piel color de piel

sí, ella, y es cierto. tocó mi piel, me dejó ver su figura, curvas que se insinúan en la penumbra del instante.
o acaso fuera apenas un malentendido: lo impreciso de la distancia. pero ella existió, y estaba cerca, como un ángel, apenas, el silencio casual de un roce, soneto de las sales, piel color de la tierra.
ella, cuerpo sin nombre, casi sin rostro, cuerpo dormido entre mí y el delirio. ella, aroma en el recuerdo, ser fantástico de mis cuentos olvidados. ella, te hablé de ella muchas veces, antes incluso que existiera de veras; la vi en mí, en los espejos, la vi infinitas veces en los ojos inconfesos de las cortesanas. ella tocó mi piel. y no se iba…
acaso fue sólo un sueño santo. o un error de la distancia y de lo existente. pero estaba, y no se iba, piel color de la tierra, piel color de la piel. viva, sal que hierve entre los sueños: curva indecible del deseo…

(29/12/06)

24.12.06

Navidad

mirá, te traje esto, me llené de tierra y me lastimé los pies, pero lo traje. es un regalo. es algo pintado con mi sangre, ua idea, apenas, un beso de cerámica inconcluso. pero nada, sin todos esos nombres, es un paquete, algo pequeño, es un regalo. estaba lejos. y las fieras cerraban los ojos o se enfurecían cuando yo pasaba. los niños me dijeron algunas cosas, pero no sé qué, yo nada más vine a traerte esto. no me mires a mí, mirá el regalo, yo soy solamente una sierva de estas cosas. pero mirá, te traje algo, es para vos aunque no entienda a quién le hablo, te lo traje entre el mar de tierra y la tormenta chiquita, es un regalo.
no me preguntes qué significa. poco, creo. que quería regalarte algo. que los nombres de las cosas van cambiando. o que hay algo que sangra todavía.
pero no me preguntes, yo nada más te traje esto. es un regalo ¿ves? un regalo más pesado de lo que todos saben, un secreto, un beso, una idea de cerámica pintada.

-tintasangre-

21.12.06

(fragmento)

¡Vuelve! ¡Vuelve! ¡Vete! ¡Vete!
Esto no es ningún juguete.
¡No me subas! ¡Vuelvete atrás!
¡No podrás llegar jamás!
El camino está cerrado
y yo bien te he aconsejado.
Si te encuentras con el viejo,
tarde llegará el consejo.
Los principios son los fines:
¡Vuelve atrás! ¡No desatines!
pues si alcanzas la abertura
¡Llegarás a la Locura!


Lo que haces, lo que eres
está escrito en caracteres.
Si te acercas con audacia,
¡ocurrirá una desgracia!
No tendrá un final feliz
tu carrera, Emperatriz.
Nunca he sido un niño yo.
Por eso todo acabó.
Al vivo le está prohibido
verse muerto como ha sido



Si no escuchas el aviso
que la escala darte quiso
y estás dispuesta a llegar
donde nunca has de habitar,
no te doy otro consejo:
¡Bienvenida! Soy el viejo.


(O "lo que el Viejo de la Montaña Errante le escribió a la Emperatriz Infantil mediante una escalera que ella subía". Nótese que resultó un aviso para mí también. Ah... y suena gracioso cantada como rap, pero es copyright de mí y mis hermanitos)

17.12.06

Rapto

A Mariano lo voy a raptar para llevármelo.
Me voy a sentar en frente de él y observarlo por horas. Y a sonreír. Mirarlo y sonreír, o llorar, ya no sé.
A Mariano, sí.
Y a ver sus ojitos, y cerrar los míos para que no duela tanto. Y querer abrazarlo, pero abrazarlo no, porque se escapa, porque es de humo.
A Mariano quiero raptarlo, llevármelo al castillo, sentarme y mirarlo, y quedarme ahí para siempre, o hasta que haya gastado mi fascinación o las lágrimas.
Y duele, y va a doler. Pero no importa porque él todavía sonríe, todavía crece, aunque yo no lo mire y me tire a llorar en la cama.

Agón (fgragmento confuso)

Y el destino del amante es el agón, siempre. Rondar el aire previo a la flor, que se tiñe de olor a sangre y arcángeles armados.
Ella, sólo ella, en su erguirse mansamente, hiende el cosmos, lo penetra. De aquella grieta descienden los Cielos, y por eso en rededor está todos iempre lleno de sangre. Aquel hueco que hizo, que se hizo con ella acaso, aquel hueco espantoso que siembra de cadáveres el campo, no termina nunca. Todos allí lo saben, y sollozan, y en silencio dejan pasar al amante, que no ve sino flor y fuego.
Su destino es la agonía. No queda más, luego de aquel intenso rondar el campo del instante previo. Es verla casi, jugar a verla; apresarla entre las sombras y los ojos. En su juego erótico, infinito, la flor se queda ahí, se prende en él y no se irá jamás. Aunque él corra fuera, se arranque del campo, aunque intente olvidarla y finja que no ha pasado, volverá cada vez, a cada instante. No puede dejar de hacerlo ya.
Pero el amante no sabe, avanza entre el cosmos mutilado, los ángeles moribundos, que lo asustan un poco y luego lo dejan, si ya es tarde para él, si ya está perdido.
(14/12)

13.12.06

Comienzo

en cambio, si abrís la piel al revés, digamos, de atrás para adelante, lo que sucede es completamente distinto.
No es que no haya visto cómo huyen los cadáveres, van hacia a trás en el tiempo; no es que no recuerde que todo volverá y que la flor es roja, igual. Pero de verdad, en serio que pasa algo distinto... deberías intentarlo...

(un beso)

4.12.06

Pero esta vez las flores rosas no estaban

no, es cierto, no estaban...

24.11.06

Rito

hoy me dieron mi primer cuchillo. qué orgullo, ya soy grande, ahora puedo recorrer sola los barrios crepusculares.
antes tenía un ángel. pero ahora tengo un cuchillo, y no pelea, puedo llevarlo en el bolsillo o la mochila. al ángel lo regalé, no sé, ahora vive lejos, y a veces se olvida de mi nombre. pero ahora soy grande, puedo estar sola, ahora sé cómo matar gente sin ayuda.
hoy me dieron mi primer cuchillo. el rito fue simple: tajear al vagabundo que duerme en el baldío. yo me equivoqué un poco, pero pude arrancarle un grito. y me enseñaron a correr, limpiarlo, reír demente al otro lado de la calle.
hoy, sonreí desde hace días. desde que me había olvidado los ángeles en la plaza. y es que tengo mi primer cuchillo, ahora puedo ser grande, ponerle nombres y hacer tajos en el lienzo que anochece.

(17/11/06)

no quiero

no, no, el sueño
era horrible, el sueño, lo que soñaba anoche, o a la siesta, es lo mismo, vuelve siempre
está siempre conmigo.
las arañas, el tubo, tan pequeño, mi rostro asfixiado, el cuerpo estrujado entre sus paredes, húmedas y herrumbre.
vuelve siempre.
es un mandato, una seña, acaso. es la voz que crepita desde el fondo dice
ir por el tubo, sumergir la cara, a que te chupe la piel en su oscuridad compresora
dice no es nada no hables de esto dice ahora ahora ahora.
pero quién soy yo para negarme, me falta el aire como siempre, me duele el cuerpo igual que siempre, y qué puedo decir si el sueño vuelve se repite yo quiero parar
basta.
no quiero ya trepar el edificio por el tubo, es apenas un caño, negro, grasoso, las arañas
adentro las arañas su baba leve sus ojos turbios, bellísima, espantosa, las arañas, quiero que se vayan, no quiero hundir mi rostro entre sus patas.
y vuelve siempre. no, no, no
está siempre conmigo.
yo no sabía, no me había dado cuenta, me olvidaba cada vez, no respiro, ahora, falta aire aire aire yo quiero parar
basta.
Basta.

(14/11/06)

14.11.06

Nupcias en blanco

si a veces ando de blanco, es porque me caso.
con los ángeles, sus alas de viento y cabellos blancos, sus bucles de humo pardo, vaho milenario, opresivo, de leche tibia.
tengo seis niños que llevan la cola del vestido. pero salen corriendo, se llenan de barro, y yo escribo en cada uno una letra de tu nombre. ellos me traen flores, que juntan del cementerio, de los jardines, y yo me siento a armar el ramo, ciclópea tarea que se borra con el viento.
y cuando me visto de blanco es el gran día. los otros son simples: rosa, verde, amarillo. o marrón y negro, noche fría. pero blanco... blanco es el día en que me caso, invité a todos los seres que me siguen. y a los otros no, que jamás vendrían a verme, nadie me cree cuando hablo de los ángeles.
el cortejo de los ángeles es santo; sus cartas no me queman las manos, me curan la piel, bellos ángeles hechos de alas y humo. siempre que me caso me miran a los ojos. como si fuera una tormenta, océano pardo sobre el aire, me miran sin rozarme, apenas me besan sus flores magníficas al cuello.
y yo te espero, trenzándome el cabello con leche, la piel con sangre de ángel, todo para ser blanca y que me crezcan alas nupciales al fin. ellos no me tocan nunca, me desposan sólo para cuidarme, mi piel sigue virgen de sus labios de oro.
cuando me visto de blanco, es porque me caso con los ángeles. pero igual te espero, el ajuar bordado, las letras en la piel de los niños, hilos de agua, sal de primavera. vestida de blanco, plumas de pegaso, escamas de sirena de mármol.

(13/11/06)

y frío

Acá, donde el mundo es para esconderme, vasto, para esconderme de las cosas que no entiendo. No quiero tener más frío, pero quiero dormirme en el agua, ser abrazada por un sí, el río, la bóveda maravillosa. Acá donde duele no llegar, yo quería salir, tocar las cosas.
Este lugar y observa en calma mi lucha para verlo. No quiero más el frío, pero arrojarme hacia las cosas, saltar de la montaña, hacerme trizas sobre las piedras. Acá no impotan las demás manos, mis manos son todas las manos, nadie más lucha por arrancarse y permanecer.
Yo no quiero tener frío. Acá los nombres se desvanecen, y hay que observar cómo me destrozo hasta fundirme conmigo. Pero el frío me separa del agua, de nosotros, eterno ente.
Y yo que me siento a esperar algo, Dios, la muerte, mis manos...

(10/11/06)

7.11.06

Aquelarre

hoy fue un poco más que un día de polvo.
ella es tan cruel, a veces, no hallo sus razones, el secreto... pero soy de palabras, quién pudiera nombrarme sino ella... soy su Palabra, su sierva, no entiendo sus razones, y al final siempre me destruye.
hoy me mostró el escondite de las cartas. y fue mucho peor
que verlas deshacerse en el agua, que quemarlas en aquelarre dominicano, que morir con ellas entre los labios.
apenas pude esconderlas, encerrarlas hasta que dejasen de gritar. ella me obligó a echar vivos los muñecos a sus féretros. y no cavar la tumba, espera el momento propicio para la muerte sin gloria. para el olvido.
hoy fue mucho más que un día de polvo.
ella me cuida un poco, me da razones dulces para que llore de noche. me recuerda algunas cosas, el ángel nuevo que tanto habita entre mis cosas.
y yo aprehendí con paciencia las consignas. si ella sigue cerca, el infierno es también sólo palabras. así que armé otra vez el santuario roto, encontré las gemas para lucharle al tiempo. y logré que se quedaran los colores, quité el polvo de la armería, mi cuarto.
hoy fue un día pesado. ella vino, viene siempre, desordena las cadenas y me pone nombres nuevos. hacía ya mucho que la estaba esperando...

(4/11/06)

Fragmento de una carta que no escribí

pero la condena no fue leve, callar. y callarse en serio, las veces de castigo son terribles, no quiero ver sus ojos nunca más. nunca más ser culpable ante los ángeles.
callarse es masticar lo vivo que nace en mí. y tragarlo. la distancia así se vuelve fosa, y adentro los cadáveres se pudren en silencio.
por eso hago trampa a veces, elijo los azotes a la asfixia. infrinjo hablando con los pájaros, o dejando algo de mí en las tuberías de aire negro. lo que viene después... después...
en el estrado, los ángeles son tres. y tienen el mismo nombre, túnicas, colores belicosos. ellos sí pueden gritar, lanzarme cosas vivas, ellos sí que saben cómo lacerar la piel. pero no lo hacen, por eso se llaman ángeles, se llaman de otras formas que me está prohibido decir.
y el espejo (descubrí) está hecho de adjetivos. yo no puedo decirlos, no puedo hacer trampa porque sí. tampoco puedo lanzarme contra el reflejo monstruoso; me fue prohibido ser necia, decir esas no son mis manos.
quiero hacerlo, a veces, asomo la piel por entre las rejas y perpetro una palabra al azar. lo que viene después... después no...

(2/11/06)

6.11.06

Aprendizaje

Uno aprende cosas todos los días.
Aprende, por ejemplo, que el cuerpo no se agota en las heridas, que las noches de tormenta afectan los sueños, que nunca más quiero ver Casablanca.
O aprendemos a olvidar algunos años, a querer que nadie nos vea llorando, a reír de cómo me fascina la marca que tengo en el brazo.
Pero esencialmente, aprendemos tres cosas:
- Que el rechazo no es una imprecisión del lenguaje.
- Que (increíblemente) el mundo funciona sin que yo intervenga.
- Que no importa dónde escarbes, vas a encontrar sangre.
Si uno lograra aceptar estas cosas, ya no tendría que lidiar con los síntomas, ni tener que esconderse en el camino que va por Lisandro de La Torre hasta Suipacha, y de ahí dobla a Francia.
Todo sería, por lo menos, un poco más razonable.

31.10.06

pero vestirse de rojo tiene otras ventajas: ser un cuadro en cualquier parte, crear fotografías frustradas a cada paso que damos.
y sin embargo ahí seguimos, todas, que el marrón, que el celeste, que los híbridos de ayer que llovía.

Siquiera anduviéramos perfectos: todos vestidos de nada y sólo dos (él en negro, yo de rojo) caminando de la mano por las calles.

(30/10/06)

26.10.06

Dejar de llorar en cinco pasos

(1) Detecte el momento de la oleada baja del llanto. En general, cada cinco minutos de llanto desesperado, la presión de agua merma un poco; pero es más conveniente encontrar el momento justo en que las aguas están más bajas, lo cual sucede cuando el cuerpo descansa, preparándose para un nuevo ataque. Esto es aproximadamente treinta y tres minutos después que han comenzado los hipidos iniciales.
(2) Aproveche el tiempo: no será mucho. Incorpórese con el menor aplomo posible y diríjase al sitio poblado más cercano. Esto lo obligará a mantener la compostura por unos minutos. Para optimizar resultados, encontrar sitios de alta presencia, como circos o pantanos, que puedan captar su atención momentáneamente. Evite consultorios médicos, que siempre tienen puesta la radio en frecuencia Romántica.
(3) Tome una bolsa (de papel, para reducir la contaminación) y comience a poner dentro todos los papeles que encuentre. Entre estos cuentan: fotonovelas eróticas, folletos de Red Megatone, panfletos peronistas, la revista Caras y el teléfono de la tía de alguien, entre otros. Apresúrese, la corriente subirá en cualquier momento.
(4) Cuando todo eso esté listo, cierre la bolsa con un nudo o con una cuerda. Si es muy pequeña, puede rellenarla con aire. Tráguese la bolsa (en lo posible, entera), pero no haga de ello un mundo: “deje que fluya”. Ahora, ubique a qué altura del pecho está el hueco que deja escapar toda el agua, y sacúdase hasta que en gran bollo de papeles caiga dentro y lo tape. Es probable que tenga que darse algunos golpes en el pecho para que se encastre bien.
(5) Usted habrá podido contener el llanto hasta que los bordes cauterizados del hueco comiencen de nuevo a regenerarse. Cuando lo hagan, expulsarán la bola hacia un lado. Puede suceder que caiga hacia dentro (lo cual no es conveniente), o que la tire hacia fuera, de donde Ud. deberá sacarla y reemplazarla por otra más pequeña hasta que el agujero se cierre por completo.

De este modo fácil y práctico, se termina con esos molestos llantos e hipidos que incomodan la vida social y perjudican el trabajo. Junto con una cantidad considerable de aspirinas y afines, Ud. conseguirá una vida relajad ay sin sobresaltos.
Por cualquier duda consulte a su médico. Pero ojo con la radio romántica.

(20/10/06)

Coreografía

no estoy segura de qué pasa antes que yo abra la puerta, pero es algo grande.
apenas yo salgo, la tensión y los jadeos previos se disipan, dan lugar a la obra maestra. ellos (todos) salen con los vestuarios que acordaron, a veces son tan extraños, como si alguien pudiese dejarlos de mirar. aparecen de a poco, todo pactado. las melodías que habían practicado son siempre perfectas, un desorden polifónico. pero a veces no me gustan, y es para que todos se rían, que los compositores me lo han dicho ya.
y las coreografías, sus ser tan hormiga, tan mariposa, que van y vienen y deambulan por las plazas y las calles sin salir. yo sé, yo los he visto. tan perfectos, niños-payaso, un llanto y los gritos de nunca acabar.
son fascinantes. las vírgenes se hacen las tontas, como si no entendieran, es imposible hacerlas confesar. pero en ellos veo (se equivocan) las miradas de reojo y la paz de cuando me río.
me lastimé y no sé con qué, no me acuerdo. así que salgo y los veo, todos ellos, los bellísimos disfrazados de mí, de gente con nombre, como si vivieran realmente. los imbéciles, que son ángeles, que no lo son, aún no me acuerdo sus motivos de herirme profundo.
pero yo qué sé, están ahí, bailan al compás de un misterio que no quiero saber. yo me acerco, finjo comprar un helado (mi parte también está escrita), pero me gusta más verlos, yo no quiero actuar hoy.
me perdí los ensayos anteriores.


(16/10/06)

Hambre

Ahora, yo y la angustia nos queremos comer el mundo. Antes, por lo menos, teníamos hambre. Pero ahora ni siquiera; sólo el color soso, inapetencia del aburrimiento.
Empezó así: hambre y sueño, refugio de soledades. Porque todas las demás cosas que hacía se llamaban más o menos esperar. Y ahí anduvimos revolviendo las montañas comestibles o de verse bien. Ahí anduvimos escarbando, aprendiendo a no hacer nada más.
Era mordisquearlo todo. Arrancarle la cabeza a las cosas, desgarrar cada pieza hasta los filamentos. Era perseguir los colores líquidos hasta en sueños para devorarlos con el ansia incurable de los días que ocultan sonidos.
Al menos así tenía sentido. Dormir la vida, comer el mundo. No esperar. No esperar.
Eso sí que tenía sentido.
Pero ¿y ahora?
Yo y la angustia seguimos persiguiendo las formas, pero no es lo mismo. Ya no quiero, no queremos. Gracias, no tengo hambre. No tengo sueño. Se quiere ir a dormir. No tengo, no tengo hambre. No puedo...

Hoy nos sentamos, codo a codo y no charlamos. Nos sentamos a no comer, a no dormir, que es siempre igual a esperar eso que nos desespera.
Ahora, yo y la angustia nos queremos comer el mundo, aunque sea imposible. Aun juntas, somos infinitamente pequeñas.

(7/10/06 à madrugada)

La visita del Coro

Ante todo: los cuerpos arrojados sobre el escenario se volvían personas al cantar.

pero nunca supimos qué decir ante sus ojos, voces errantes de los labios al pecho, no supimos reír empachados de gozo, sus nombres ridículos y la piel real. no corrí a abrazar la niña rubia, no volví a ver la sonrisa o lloré ante ellos ni me rendí a Dios.
perdimos, no fuimos los espectadores griegos, no supimos callar, nunca encontramos qué decir o desdecir desde el cuerpo. no me paré, ni besé la voz fugitiva de los tenores entregados. poco asimos de la sangre que llovía ojos cerrados y nunca, nunca más he de volver a sublimar la sonoridad impar.
ellos fueron allí, eran idiotas que se volvían ángeles, y nosotros perdimos, cómo voy a salir ahora. ellos estuvieron allí, o en los sueños de la noche, y las voces te rozaban despacio, sino en el cuerpo en algún lugar más allá.

El espacio en blanco no importó nada. Y las voces fugitivas sí, aunque no podían entenderlo.
Acá dentro
en el fondo uno se pierde muchas cosas.


(5/10/06)

17.10.06

...

acaso lo infinito siga trazando dibujos sobre mí.

5.10.06

Teléfono II

. Llamaron por teléfono (algo tienen los teléfonos en este tiempo). Yo había tenido sueños confusos y hube de acostumbrarme al frío de la mañana. Aún no estaba el café.
. Llamaron por teléfono y yo sólo dije: voy para allá. Corrí al armario, encontré la navaja, me quité el camisón y te dije: tomá; ayudáme a encontrar las alas.
. Pero no estabas hacía tiempo (yo me había olvidado), tuve que usar un espejo para encontrar las fisuras, y en las espalda cortar así, sin verme. El teléfono seguía sonando, y yo no podía correr a decirles ya voy, ya casi estoy lista.
. Llamaron por teléfono y yo rescaté mis alas de las profundidades de la piel. No eran ya blancas; acaso no lo habían sido nunca. Pero abrí la ventana y volé el pelo suelto, los labios fríos contra la tormenta.
. No sabía el camino. Nunca había salido de la torre. Así que anduve hacia el Mar, que está siempre en medio, y me dispuse a cruzarlo. Pero allí el cielo es siempre agua, no sabía dónde estaba, no podía respirar.
. Llamaron por teléfono y yo dije: ya voy. Salí volando, rompí el camino, los océanos se me vinieron encima. Pero el agua me despertó y hube de escuchar en la oscuridad de la mañana virgen cómo sonaba por primera vez
. el teléfono.


(2/10/06)

Teléfono I

. Cuando la falta de aire comienza a ser insoportable, recurro al tubo de oxígeno. No lo uso a menudo porque es un poco caro, y además el oxígeno se envicia muy rápido.
. He notado, eso sí, que nadie entiende por qué lo busco tanto. Su limpidez hiende mis pulmones desacostumbrados, así que siempre duele mucho y termino llorando. Pero es el único modo en que me vuelven a brillar los ojos.
. Así que mientras pasan los días, trato de robar aire de otros lados: el tubito de los peces, los globos de los cumpleaños viejos, las botellitas de la montaña. Pero cuando ya la piel se me vuelve gris de tanto sonreírles a los comensales, me decido a respirar.
. Hago así: saco la alcancía secreta donde guardé los tres millones de moneditas que sobraron y las cuento. Si no alcanza, tengo que salir a robar o algo. Camino hasta el quiosco y digo: hola, señor, cómo anda, ¿no me da un sobrecito de oxígeno, por favor?. Pero nunca entiende, y tengo que llamarlo por sus otros nombres imprecisos.
. Vuelvo, rompo el sobre (el corazón me golpea el pecho), marco los números y espero. Pasan los segundos terribles de adrenalina que se parecen mucho a verle la cara a la muerte. Pero entonces escucho dentro del tubo:
- ¿Hola?
Todo está bien entonces. Duele, profundo y calmo y puedo, finalmente, respirar.

(1/10/06)

22.9.06

yo, córdoba, las cosas

De mañana, las cosas se ven mejor. Córdoba se vuelve un beso en el pecho, una estampida de rarezas, mil veces repetida yo.
Aguardan las formas de mí en los pasillos. Y la niña que era, jugando en un patio cercano, prohibido recordar. Pero yo planeo por caminos incorrectos, sonrío, me vuelvo un poco boba mirando lugares que quiero trepar para ver el cielo.

Ahí estoy yo, cerca del sauce que se vuelve río. Quiero y soy la primavera que se viene encima: yo, la ciudad; todas las flores menos una.
Los ojos cerrados, es de mañana. Soy el aire que nos envuelve y los colores que se ven mejor por estas horas. Van por ahí: los cuerpos escondidos en bambula, los nombres fantásticos de los edificios.

Córdoba vino a mí, en sueños, por la mañana. Y yo lloraba y lloré más que los otros días. Porque fui, soy, todas las que me anteceden en círculo. Porque volví, pero aquí estoy desde hace años, esperándome. Acá, ciudad vacía, he de ser todas las flores menos una.

21.9.06

Ciudad

Así como la araña es un mundo, la ciudad es un instante.
Segundos antes, yo esgrimía dentro el soliloquio de siempre. Y ahora, quién sabe por qué, acabo de ver la ciudad. De verdad, con mis ojos y todo. Desacostumbrarme a pisar sus veredas deslucidas.
No sé cuándo perdí, la pista, pero ella estaba ahí, haciendo monadas, esperando que la viera. Guardaba tras el humo casas más antiguas que mis sueños, y cadáveres de los que ya perdieron y no pueden volver. Había un hombre fumando pipa, y una serpiente haciendo bucles en la tierra. Había pájaros... todos los pájaros que vi muertos ahora se agolpaban en el camino para cantarme. Y esto no es una metáfora.
Abrí los ojos, había gente de en serio, ninguna ilusión. Pasaba el rostro con rimmel que quiero perder, pasaban las voces que a veces soy pero que hoy me asustan. Y más cosas extrañas. Una nube, un farol, entre otras que perdí por no tener millones de pupilas.
Delante de mí, sin decir palabra: el auto colgado de la pared, el gran muñeco que camina entre la gente. Y no estoy inventando: era rosa, llevaba una mochila. No es broma, pero nadie quería mirarlo.
Seguí así, descubriendo el absurdo en las paredes de los bares, y viendo que el tren muerto y la nave del espacio a veces comparten lugar. Payasos opacos, un hombre que me canta, el arsenal de ipheiones en el piso. Nunca entiendo cómo crecen con el humo.
Qué extraño, qué extraño. Que esto no sea una metáfora, y que en las escuelas se escondan los bichos sin nombre. Que la chica me mire con ojos desorbitados, y aun así existan los racimos enormes de flores violetas.
Y que yo, encerrada, triste, verborrágica, no haya visto nada.
Por fin, por una tarde, desperté y estaba en mi ciudad. Y esto no es una metáfora.

(21 del 9, madrugada).

16.9.06

Fragmento I

pero desde el fondo, emerge una figura espantosa.
Muy precisa, rodea todo mi cuerpo y se posiciona en el lugar justo: bloqueando la salida. Yo, que me he quedado inmóvil, conservo en el rostro las mismas facciones que antes de verla. Pero sé (y ella también sabe) que un terror extraño, difícil de dominar, me corre por las venas.
Todo se vuelve cada vez más confuso. El agua caliente sigue corriendo, y el vapor lo inunda todo, difuminando los contornos. No puedo ver sus ojos, pero sé que me mira.
Afuera resuenan todavía las bombas y los gritos; los monstruos no existen para el resto del mundo. Nadie vendrá a ayudarme. Y ella sabe... mi cuerpo desnudo se estremece. Entre la niebla, pensando en el contacto escalofriante con su fino y áspero ser. Ella sabe.
Yo sé que corre. Yo sé que puede saltar. La cita es inaplazable; lo es cada vez.
Siempre igual, intentando calcular cuánto pueden sus miembros quebradizos contra los míos. Pero el terror... el terror me vuelve débil. Y mi piel no soporta el concepto de sus patas desgarbadas y precisas.
Otra vez, mirarla. Sin ver sus ojos, clavar mis sentidos en ella. Me está mirando. Me mira. Y en cualquier instante se moverá hacia mí.



(13/9/06)

13.9.06

HOMENAJE

Dijo “Mariposa”, “Amelia”. Y me volví en el aire oscuro de la tarde de oro. Entre los higos como flores cerradas, pesadas y violetas.
Dijo “Amelia”, un antiguo nombre, tal vez, el mío, el verdadero, antes de nacer.
Era el Dios que hablaba, era el Puma.
Me volví,
buscando su cara de oro, su invisible huella.
Mas, nada había: sólo el viento que jugaba, como siempre, en el jardín de higos y violetas.

...

Estaba parada en medio de la luz de la luna. A lo lejos, seres increíbles: Mario, los unicornios, lo lobizones, la paloma de la paz, la Liebre de Marzo.
Las cosas que tienen blancura se distinguen mucho, husos y rosas.
La casa está abierta y deshabitada. Y sabe que alguien la está mirando desde afuera. Aunque a veces, de las puertas, sale algún caballo y se hunde, enseguida, o de la ventana, y desaparece.
En la azotea –y no sé cómo se ven-, hay una paloma que, a la vez, es inmóvil y crece, dos o tres huevos, ya, para siempre, juntos y justos. Y una taza.
Quiero despedirme, irme; una vez hasta llegué al camino real, subí a un carruaje; pero, bajé, en seguida.
Y volví desesperadamente, casi volando, me entré en las hierbas, y, ya, invisible, seguí mirando la casa.


...

Miró un pimpollo de rosa amarilla (como un topacio, un coágulo de miel, un pocillito de té).
Y una telaraña que empezó a ser cuando ella empezó a mirar, el hilo de seda que giraba y formaba la tela (con las piedras brillantes).
Y una azucena roja, señoril.
Viendo esas cosas no fue a la guerra,
no se casó con nadie,
perseguía a Mario.
Y, ahora, sopla viento del norte en las colinas, viento del sur, del este y del oeste.
Se entreabren oscuras ventanas donde ella está fija para siempre.
Y los más antiguos códices, flor de lis.



Esto fue un homenaje a Marosa Di Giorgio –poeta uruguaya-, si es que homenaje puede llamarse el postear tres de sus prosas en un blog tan solitario como éste. Como sea... me costó mucho dejar de escribir... me habría encantado poder ponerlos todos, pero iba en contra de la lógica práctica.
Por supuesto, ella es una de mis influencias más fuertes en poesía, en especial en prosa poética. Espero que no sea tan evidente . En algunos momentos (y me pasa con esos pasajes que he leído tantísimas veces) estoy a punto de corregirlos, de cambiar una palabra por otra que se me antoja más cómoda. Entonces me detengo y me doy cuenta que ella no soy yo, que no son mis palabras las que Amo tanto.
Pero, en fin... si no existieran estas cosas, se diluiría mi esperanza de ser uno con otros, en vez de ser dos conmigo misma.




(9/9)

10.9.06

Condesa Cítrica y Tenue Emperatriz vinieron a espiar mis ventanas. Y dijeron cosas extrañas, dijeron cosas que hacía tiempo yo no recordaba. Dijeron: besar, ¡qué bien!.
A mí me pasó algo similar.
Sólo que mentí a las mariposas, o ellas murieron en medio de la danza. No estoy segura.

Y ahora las espero, sentada. Con el té en tacitas de porcelana, recordando que hace tiempo no escucho una voz de mujer.

8.9.06

Viento

Justo el día en que no me ato el pelo, aparece el viento.
Las calles se vuelven de tierra. Los baldíos se vuelven desiertos. Y ese viento maldito que lo penetra todo se levanta como un torbellino que todo lo que toca vuelve ocre.
Yo camino contra el viento. Yo nado, pienso, como una enferma que te persigue por todos lados. Con las manos cierro la campera que tiene el cierre roto. Alrededor, las hojas y la basura de la calle se arremolinan en coreografías magníficas. Yo no las veo. Como una loca, como una máquina, te pienso y avanzo, sin ver. Sin oír más que el viento.
La tierra en el aire es tanta, que camino con los ojos cerrados. Espío apenas el piso para no tropezar tanto, y eso alcanza. No sé cómo hago. Ni me importa. Yo voy paso a paso, tozudamente en contra de la tormenta y te pienso, mastico tu nombre, soy una enferma obsesionada con los matices de tu última palabra.
Ya no sé cuántas cuadras soplaron bajo mis pies. El silbido interminable que puebla la ciudad me hace acordar a vos. Mierda. Todo me hace acordar a vos. Incluso este camino que parece infinito... y que no tiene más razón que la de un poco de tiempo sola para pensarte. Así de desquiciada estoy: aunque todos se hayan encerrado en sus casas, yo salí a perseguir tu sombra.
No puedo decir todo lo que no vi. No recuerdo a dónde iba, ni si llegué; acaso haya estado viniendo hacia este lugar. Pero sé bien qué pensaba: las partes de tu rostro que todavía recuerdo, una palabra que duele, y esa pesadilla que desde anoche no puedo quitarme de la cabeza.


(6/9/06)

Días

De pronto me sobresalto. Detengo mi paso apresurado y veo –me veo- en medio de la calle, dirigiéndome a quién sabe dónde. Cómo llegué ahí, no lo sé. O, mejor, dónde estaba yo cuando ella, la otra, las otras acaso, decidieron que yo iba a salir a caminar.
Recuerdo, sí, las razones. Sé que lo pensé y supe que estaba bien. Sé que salí en algún momento y supe que salía. Pero ¿dónde estaba? ¿qué estaba haciendo yo? O, si era yo ¿de qué desperté?
Espantada, pregunto: ¿Quién era este cuerpo mientras ese algo inasible de mí estaba en alguna otra parte?

O...

Ando por la calle. Yo, creo. Como siempre, mirando hacia los lados y arriba, juntando los colores de memoria. El camino es largo, así que el tiempo rebosa de percepciones y protorecuerdos.
Pero hay un instante preciso (uno solo cada día) en que una sensación levísima desencadena una serie de recuerdos de abrumante intensidad en mí. Todo sucede en un instante: el detonante es tan tenue que apenas puedo suponerlo, y todo el universo que acaba de sucederse, remolino de dèja-voues (?) y vaticinios, se escapa a la velocidad en que supo aparecer.
Todo se desvanece, no importa cuán duro intente atraparlos. Sólo queda esa sensación de pérdida fatal, y unas imágenes borrosas que me remiten a algún lugar inexplorado de mi mente.
Espantada, pregunto: ¿Qué será este cuerpo ahora que ese algo inasible de mí se ha marchado a otra parte?



Así se suceden mis días.


(5 de Septiembre)

5.9.06

Santa Rosa

El día de Santa Rosa hacía sueño y un sonido mágico que había olvidado desear. Me levanté desconcertada, para buscar frenéticamente el nombre de aquel perfume que me había invadido el tiempo. Pero tuve que esconderme porque las personas gritaban, y se habían vuelto un poco locas también.
El día de Santa Rosa tenía un aroma de cerrar los ojos. Lo había sentido el día anterior: aquel sosiego dulcísimo que anticipaba el milagro. Y hube de revolver entre esos pocos recuerdos que son más que letras y borrones para encontrarlo.
Un amanecer en el campo. Madrugar en Mar del Plata. La tarde tranquila de Córdoba vacía. Tener sueño y salir de casa para verte igual. Una vieja casona en Unquillo. Los jazmines florecidos que me raptan al pasar. Las cosquillas del frío en el cuello. Mis ciudades, angélicas, que se vacían. Y la peatonal que brilla e invita, con los sauces llorando sobre el río. Todos esos recuerdos y un mismo perfume que los conecta.
El día de Santa Rosa me devolvió una parte del alma que se había llevado el verano. Y yo abrí la ventana y me llené el pecho de aquella niebla finísima que merecía ser recibida así, con lágrimas en los ojos. Esa magia que había olvidado desear y que lleva el bellísimo nombre de lluvia.
Tanto tiempo esperándola, y yo sin saberlo.


(1 de septiembre)

4.9.06

Nadie me escribe. Nadie me llama. Nadie dice nada cuando digo que nadie me escribe y que nadie me llama. Nadie sabe si puedo o no ser una flor. Nadie quiere correr y regalarme un beso. Nadie me ha escuchado nunca y no me llaman Otro; me llaman, simplemente María.
Todos esos rostros que corretean de a montones... todos esos nombres imposibles de olvidar. Todas las posibilidades de mis manos, y yo sigo esperando a que vuelvan los cuerpos que maté.

Ya sé. Los murmullos que se parecen a mi nombre son apenas espejismos. Y aunque yo predique bailar, nadie puede hacerme dejar de errar cabizbaja entre mis pasillos.
Pero es que me gusto un poco. Huiría de mí su fuera un ángel? Porque todas esas cosas bellas siguen partiendo de mí a costas imprecisas que no puedo vislumbrar...

(y esto es sólo un comentario aburrido)

30.8.06

(flor II)

No saben qué bonita me veo hundida en este océano de magia cuántica.
Tengo la piel llena de corazones dibujados.

tiza

(yo tampoco puedo escribir con tiza el corazón en la pared)

(29/8)

28.8.06

Sobre la lucha

Creo que encontré las palabras para entender el porqué de mi ensañamiento con la apatía del vulgo; ésa que todo lo vuelve sano y metódico, la culpable de que cantemos siempre a mediavoz. Y es que nunca voy a perdonarle que haya desplazado la palabra lucha al mero papel de hipérbole fácil.
Antes, se luchaba por el país, por la justicia social, por sobrevivir. Ahora, en cambio, se lucha con los niños para bañarlos, con el perro para quitarle un juguete, se lucha contra el deseo de irse a dormir cuando hay que hacer tarea. Ya ni en las guerras se lucha (nada más viene uno y pone muchas bombas), y eso que guerras tenemos de sobra.
Una acepción cotidiana y veraz, como si la dijese Borges: la poesía es la lucha con el canto y el verso. Al menos sé en carne propia que eso no es una metáfora. Y mucho menos una hipérbole manoseada y babeada por apáticos cobardes que no luchan ni por su propia vida.
Estoy chinchuda, sí. Y tengo mucho ardor para enfrentarme a Cosas Malvadas... lástima que mi energía decrece con el sol, y que por las noches me vuelvo blanda como de agua.


(28/8/06)

(yo esperé)

Y como hace tantos días que no suena el teléfono, me cansé de simplemente deshojar las alas y decidí salir a ver.
Tuve que vendar mis pies y arroparlos, dibujarme un rostro, cambiar mi camisón por esos trajes negros y esconder las alas bajo una enorme peluca alambrada de invisibles. Todo porque no quería que la gente me mirara raro; ellos sabían que yo había llorado por la calle, y no querían que se acordaran más.
Así que abrí la puerta sin llave, y vi, y me acordé el porqué de los nombres de los colores. Salí de puntillas, suspiré, me senté en la acera a esperar a que alguien me besara.
Nadie lo hizo. Yo cerraba los ojos y me estremecía de nervios esperando el momento brujo. Yo cerraba los ojos y buscaba entre las miles de voces que rodaban alrededor. Yo cerraba los ojos y esperaba, pero nadie vino a mí.
En algún momento me ganó la impaciencia y salí por las calles a buscarme, buscar una voz que pudiese decir mi nombre. Encontré miles de rostros que no podía besar; las brujas por indignas y los niños por sagrados. Giré por los barrios y las plazas que anochecían, mas cuando el crepúsculo pesó demasiado en mis párpados, tuve que volver.
No lloré. No quería que nadie me viera llorando otra vez, aunque así pudieran notarme. Yo nada más quería que alguien me besara, pero descubrí que la ciudad había sido saqueada de corazones míos, y que ya nadie me recordaba por allí.
Me parece que algún otro día me olvidé que todos se habían ido y volví a salir, pero no me acuerdo. Igual, ya casi nunca cierro los ojos.


(26/8/06)

Fiebre

A continuación, algunas reflexiones sobre la fiebre.

Sabemos a qué se llama “febril”... es una exaltación que raya la inconsciencia. “fig ardoroso, desasosegado”, dice esa excusa de diccionario. Y le creo. Febril era la pasión –hoy imposible de comprender- por Elvis Presley. Febril es el síndrome de amor de primavera. Febril Allan Poe escribiendo su poesía trágica.
Yo digo que soy febril. No siempre, por supuesto. Y menos durante estos viajes en que persigo al sosiego. Pero hay un comportamiento convulso en mi interior del que no puedo deshacerme. Sostengo que mi problema es la fiebre.
Porque, en realidad... tener fiebre es mucho más que sólo estar desquiciado. Es el cuerpo hirviente y los sueños helados. Es volver amapola la piel, y sentir cómo las gotas de agua atacan como dagas. Es calor, desconsuelo, augurio de una maldad emergente. Es sueño siempre, y fuerza fluctuante.
Es dos: querer dormir y no poder. Tener calor y tener frío. Mezclar en delirios los dos mundos que nos componen.
Es como yo, siempre.
Al fin, tenía razón. Yo tengo fiebre. Es ése mi problema.


(No... ya probé con Ibupofreno...)


(24/8/06)

27.8.06

(pucherito)

...y yo dije: no me va a importar, no me va a importar, no me va a
pero era mentira, claro, como todas las cosas que digo tapándome los oídos.
Y ella, que no me habla. Y él, que desaparece en sonrisas. Y los dos que me arrancan y me devuelven destruída... y yo, como siempre, vuelvo a dormir para ver si se me pasa... para ver si en los sueños, al menos, encuentro algo para brazar.
Tonto. No estoy contenta. Estoy haciendo pucheritos.

24.8.06

algo pa' compartir

Una frase (una sola), dibujada en una pared, rodeada de todos esos clichès que ya conocemos, pero que no podemos condenar del todo. Y ella, pura, perfecta, llamándome a voces y decidida a no partir jamás de mí.
"¿Cuántos años son quince pero sin abrazos?"
Y no saberlo hace nacer cosas extrañas en mí. Cuántos son. Cuántos serán. Difícil, difícil pregunta.
Oremos.

22.8.06

Sueños

Yo, de las personas que me son puro ángel, me enamoro en los sueños. Es extraño; no sé por qué sucede. Sólo están ahí, en la gigantesca casa de cristal, y me cortejan con dulzura, casi me besan, pero no, y es increíble.
No me quito de la cabeza: las escaleras, el marfil y lo blanco que todo lo calma. La cercanía de un cuerpo, lo liviano de las formas, ninguna dualidad. No es posible hacer con los sueños mucho más que soñarlos: desearlos, escribirlos, manejarlos, los opaca. Pero hay algo en ellos que deja una huella en mí, y hace que ande todo el día enamorada del ángel.
Dos datos curiosos: En mis sueños los rostros son difusos, y los sonidos, inexistentes. No es en realidad que sueñe así truncado, sino que no puedo recordar esos dos atributos, y se pierden para siempre.
Lo más extraño de esto es la imagen que no puedo borrarme de la cabeza: alguien gritando de horror. Muy impresionante... pero ¿cómo es que perdura, sin rostro y sin sonido?
Para que sepas: No sé si quiero medicar mi memoria. Pocas cosas son tan apasionantes de estudiar sobre mí.
Hasta mañana.


(que sueñen con los angelitos, y que duerman bien)


(18/8/06)

15.8.06

Regale Una flor En Cinco Pasos

1) Recorra las cuadras tristes de la ciudad, pensando en cualquier cosa que no tenga nada que ver con esto. Se pueden usar zapatillas.
Sugerencias para gente sin imaginación: Cuente ovejas en series de seis colores en orden. Por ejemplo: rojo, amarillo, verde, azul, blanco y violeta. O no... esperen... el blanco no. Rojo, amarillo, verde, azul, magenta opaco y violeta. O cambiando los primeros: amarillo, rojo, verde, azul, magenta opaco y violeta.
2) En cuanto un color –o, en caso de los jazmines, un perfume- lo asalte, deténgase de inmediato. Ése es el momento correcto, y dejarlo pasar acarrearía desgracias cósmicas. Ubique la flor adecuada, y tómela con cuidado. Recuerde que la está matando horriblemente sólo para que cumpla su Destino.
3) Sostenga la flor entre sus dedos pulgar e índice y manténgala erguida toda el camino hasta la casa de Daniel. Si hay viento, protéjala con la otra mano.
4) Ya en la casa, toque el timbre musical y dispóngase a entregar la flor a la primera persona a la que le sea lícito sonreír. Recuerde: no vale espiar, ni planear el destinatario. Usted está llevando a cabo una delicadísima operación de amor al prójimo.
5) En cuanto alguien abra la puerta extienda la mano (no mire las cortinas), baje los ojos tímidamente y sonría. Si es posible, sonrójese. Nada superará la ternura de su acto.

Nota: Efectuados estos cinco pasos, usted habrá regalado una flor. En caso de variaciones, consulte a nuestras líneas, pues puede que haya efectuado alguna otra acción, como comer una flor o regalar un hipopótamo.

(14/8)

10.8.06

Diálogo

- No sé por qué sucede esto; pareciera que el olor del humo se aferrara a mi piel... no sé... Yo no puedo sentirlo, pero él...
- ¿Él, quién?
- Él dice... dice siempre que huelo a humo. Aquí, en esta ciudad. Es sólo en esta ciudad.
- Eso es porque siente el olor de las cosas que aún no se han quemado.
- Y ¿vos cómo sabés? ¿vos también lo sentís?
- Claro.
(un silencio)
- Ah.

Dos felices explicaciones

(...) En un amor de primer género, ustedes están allí perpetuamente en ese régimen de los encuentros entre partes extrínsecas. En lo que se llama <> tienen, en cambio, una composición de relación.
En el segundo género del conocimiento ustedes tienen una especie de composición de las relaciones, unas con otras. Ya no están en el régimen de las ideas inadecuadas –es decir el efecto de una parte sobre las mías, el efecto de una parte exterior o de un cuerpo exterior sobre el mío-. Ahí ustedes alcanzan un dominio más profundo, que es la composición de relaciones características de un cuerpo con las relaciones característica de otro y esa especie de flexibilidad o de ritmo que hace que cuando ustedes presentan su cuerpo –y entonces también su alma- lo hagan bajo la relación que se compone más directamente con la relación del otro. Ustedes sienten que es una extraña alegría. Éste es el segundo género del conocimiento. (...)

(...) Todos, aun el último de los miserables, ha hecho esta experiencia; aun el último de los cretinos ha pasado al lado de algo ante lo que dice <> Siempre se sale un poco del primer género del conocimiento; en términos spinozistas, se comprende aun sobre un punto minúsculo, se tiene o bien la intuición de algo esencial o bien la comprensión de una relación.
Se puede generalizar: muy poca gente es completamente idiota, siempre hay una cosa que comprenden. Por ejemplo, algunos tienen un sorprendente sentir de tal animal... o bien un sentir de la madera: <>. Pasamos el tiempo haciendo estas experiencias... se tiene la impresión de que aun el peor payaso, en un punto deja de ser payaso. Nadie está condenado al primer género del conocimiento, siempre hay una pequeña esperanza. Siempre hay un resplandor en alguien. (...)

de Gilles Deleuze, “En medio de Spinoza”.

4.8.06

guerra

guerra es en todas partes. al otro lado del mar hay guerra, y en el centro de mis dedos, como si un solo concepto simultáneo nos atormentara a ambos.
guerra como un aullido gutural venido de insondables siglos anteriores a que yo escuchara; guerra presa en los ojos de los tordos, en los labios de un hombre, y yo, ciega de miedo.
guerra y fuego helado, fuego que no quita jamás el frío sin ecos que abraza la médula. guerra es en todas partes (en sus techos, en la curva de mi cuello del espejo), en todas partes.
y cuando el mandato de sublimar se vuelve barro (alguien se detiene a llorar entre la gente que sigue andando), la piel se vuelve barro, el mundo que se ha quitado los ojos no es más que barro... y guerra. guerra en todas partes.
ella es en todas partes.



4/8 madrugada

2.8.06

El tiempo de dejar los carteles

En rededor están sucediendo cosas extrañas. Uno no puede saberlas exactamente... se presienten, como tal vez música en la lejanía (esos momentos en que la frontera entre sentidos y recuerdos se funde de improviso, cruzando la calle Santa Fe, y frente a una vieja fábrica quemada). No es que dude de su existencia, sino que soplan entre nosotros con tanta fatalidad, que nuestros cuerpos cansados prefieren observar un cartel.
Porque las cosas extrañas no tienen colores (¡qué tontería! ¡colores...!), sino que ocupan un lugar en la existencia que se acerca al tacto o al olfato, pero que nunca llega, se vuelve agua fantástica, se vuelve un componente del frío de invierno.
No sé por qué lo explico, todos sabemos. ¿Acaso no hemos sido los ojos para esas cosas? Tan fuerte pasan, nos alborotan... el suspiro que rompe la cáscara. Y los brotes benditos que asoman a su paso son lo que nos salva del instante. No hay mucho más.
Yo sé que estas crónicas de lo maravilloso son poca cosa, no más que una sensación de incómoda fascinación chiquita. Pero a quién le importa, al fin. Si el tiempo de dejar los carteles y viajar aquí dentro ya empezó hace rato.


(29/7/06)

Bueno, sí. Lo admito: Me gusta el rosa. Me gustan las cortinas terribles de Daniel con ese rosa perlado y brillante, y sus enaguas con horripilantes puntillas y caladitos. Me gustan los camisones de algodón que son rosas con conejos o con rayas (o con rayas y conejos) y si tuviera uno y pantuflas de Einstein, moriría de felicidad. También me gusta el diminuto elefante vestido de rosa que habita en mi repisa, y le doy beso de antes de ir a dormir y eso a quién le importa. Duele esta verdad, sí, pero no estoy siendo más que completamente sincera.
Es... la terrible verdad. No sólo adoro las casas viejas con balcones panzudos y jardines tenebrosos, los tigres, la taza blanca, la palabra emperatriz: también me encantan los hipopótamos que parecen berenjenas, y aquella alcancía del asquerosamente hipertierno cerdito dorado. Y los pececitos anaranjados... ¡ah, pececitos!... sus redondas pancitas subacuáticas son TAN IRRESISTIBLEMENTE TIERNAS que, algún día que reviente, me lanzaré sobre ellos y los morderé hasta arrancarles el último filamento de piel.
Sí. Me gustan las cosas tiernas, y además me gusta comerlas. No es gracioso... ¡es un problema grave! Mi inserción en la sociedad es ya bastante complicada como para que ande persiguiendo cachorros y llaveros de Puka para destrozarlos con los dientes. Por eso vengo acá y abandono mi usual estilo pomposo... para poder confesar, así, sin más, toda mi hambre enferma de rosa y cachetes de bebé.
Vos sos el único que sabe esto. Gracias por escucharme.


(25/ 7/ 06)

De cómo sucedieron las cosas

Las manos escarchadas de piedra, frágil ya por los siglos que pesaban, se sacudieron el polvo y los pegotes. Fue un suceso increíble. Los ojos pecaminosos que las escrutaban se alborotaron enseguida y dieron la señal a las Luciérnagas, pero sólo a las amarillas. Desde entonces sobrevolaron el cuerpo y, por sobre todo, las manos, que habían sido marcadas para siempre.
Sacudirse el polvo, como sabemos, no está muy mal. Sólo un poco, solo cuando el polvo es Polvo Mágico, pero este no era... ¡era polvo de azufre! ¡era cosa prohibida, y nadie preguntó si así era! Es por eso que las manos se enojaron al tercer día de las luciérnagas amarillas.
- ¿No nos dejaréis nunca en paz? ¡ey! ¡a vosotras les hablo!
- ¿Cuándo se irán por fin y nos dejarán en paz con la oscuridad?
Pero ellas siguieron revoloteando alrededor como si nada, livianamente y, sin embargo, con esa mirada inculpadora que tienen siempre; no contestaron, porque las luciérnagas no hablan. En especial las amarillas.
Los ojos pecaminosos eran espiohólicos. No podían dejar de mirar. Así que descuidaron sus asuntos de iris y retina para ver, ver siempre, ver todo el tiempo lo que las manos hacían, a la luz permanente de la noche-nunca.
Ellas hicieron caso omiso de los espectadores y se dispusieron a devorar el espacio que las condenaba. Hicieron con él bollitos que parecían de pan, e hicieron hilitos que parecían fideos y muchas cosas increíbles. No sé cómo los devoraron. Saben, las manos no tienen boca. Por eso son manos.
Bueno, el hecho es que la distancia fue distinta y eso (¡qué paradoja!) no fue un problema para los ojos pecaminosos, sino más bien les molestaba la placidez de las manos. El espacio seguía igual, todas las cosas en su lugar, pero la distancia... fue devorada en pequeñas cenas a la luz de las luciérnagas.
Entonces las manos alcanzaron otras manos y nada (nada) de lo que conté antes importó entonces.

1.7.06

...llorar...

llorar. ¡llorar!. llorar niña y plácida; abrir los ojos hasta derramar el alma que dormía dentro. ¡llorar al fin, y es como dormir, como hundirme en el agua turbia que amenazaba desde costas imberbes! llorar encantada, fascinada por los ríos de sal, extraños y los mismos; o nuevas palabras para el arcaico deseo de llorar. llorar de pie, pero sin mérito alguno.
llorar, y es andar a los tropezones por entre la ciudad de ángulos inconclusos. llorar sobre el pavimento gris, ningún abrazo, ninguna flor. llorar en las veredas sucias a las que les falla el acto sublime.
¡llorar, qué bien, quitar las tapas de cristal que obstruían los ojos! ¡llorar como enferma, como loca desquiciada! llorar con convulsiones y gemidos, con gritos y sin tiempo para suspiros. llorar y es sentir que puedo durar toda la noche hecha un bollito; hipando infantil entre mis besos de juguete.
llorar, milagro sin pastillas que me estaba haciendo falta. llorar distinto: ninguna gana de morir, ninguna carcajada demente; ninguna gana de otra cosa que no fuera ese librarse de la angustia que ya asfixiaba. llorar mientras vuelvo a ver a los Ángeles decir que no perdonarán la mancha, y aun sin verlos... llorar.
llorar duró muchas cuadras: de las luces a la oscuridad, de nuevo las luces y al final el silencio de los barrios nocturnos. llorar de miedo porque el dolor sin caricias iba a venir después. llorar fantásticamente: a raudales, a convulsiones; llorar animadamente y con ganas de hincarme en el piso y quedarme ahí varada sin pensar en el tiempo.
llorar... ¡ah! llorar... porque las palabras correctas dieron el pie para enterrar al fin las esperanzas que habían muerto.


(29/6/06)

26.6.06

Un poquito de mitología moderna

“Es concebible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifiesta, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo que se retiraron ante la marea de la ascendente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie...”
Algernon Blackwood
“Los sueños son más viejos que la cavilosa Tiro, la contemplativa Esfinge, o Babilonia, guarnecida de jardines”
Henry Anthony Wilcox
“(...) había visto en sueños una ciudades ciclópeas de enormes bloques de piedra y gigantescos y siniestros monolitos de un horror latente, que exudaban un limo verdoso. Muros y pilares estaban cubiertos de jeroglíficos, y de las profundidades de la tierra, de algún punto indeterminado, venía una voz que no era una voz, sino más bien una sensación confusa que sólo la fantasía podía reproducir en sonidos y que trató de expresar por medio de esta unión de letras casi impronunciables: Cthulhu fhtagn.”
“(...)(el monstruo) estaba allí desde antes de La Salle, de los indios, y aun de las bestias y los pájaros del bosque. Era una verdadera pesadilla, y verlo significaba la muerte. Pero se aparecía en sueños a los hombres, y eso bastaba para que éstos se mantuvieran alejados. (...) Sólo la poesía o la locura podían haber reproducido los ruidos que oyeron los hombres de Legrasse mientras atravesaban lentamente el sombrío pantano, acercándose a la luz rojiza y a los apagados tam-tams. Hay una cualidad vocal propia de los hombres y una cualidad vocal propia de las bestias; y nada más terrible que oír una de ellas cuando el órgano de donde proviene debería emitir la otra.”

(de Howard Phillips Lovecraft)

Fragmentos sobre la muerte

Iván Ilich veía que se estaba muriendo y se desesperaba.
En lo más hondo de su alma se daba perfecta cuenta de que se moría, pero él no estaba acostumbrado a ello; además, no lo comprendía, no podía comprenderlo.
El ejemplo del silogismo que aprendió en la lógica de Kiseveter: <>, en el transcurso de toda su vida le pareció justo sólo en lo tocante a Cayo, pero de ningún modo respecto a sí mismo. Aquél era Cayo-hombre, el hombre en general, y lo de la muerte era completamente justo; pero él no era Cayo ni un hombre en general, sino un ente distinto, completamente distinto de todos los demás. (...) ¿Acaso para Cayo existía aquel olor de la pelota de cuero que tanto gustaba a Vania? ¿Acaso besaba Cayo de tal modo la mano de la madre y susurraban para Cayo de la misma manera los pliegues del vestido de seda de la madre? (...) ¿Por ventura estuvo tan enamorado Cayo?
<>
Esto era lo que él sentía.
<>
(...)
<<¿Es posible que sólo ella sea verdad?>>
(...)


“Despierto. Tengo ante mí, detrás de mí, la noche eterna. He dormido durante millones de años; durante millones de años voy a dormir...No tengo más que una hora. ¿Ibais a estropeármela con explicaciones y máximas? Me estiro al sol, apoyado en la almohada del placer, en una mañana que jamás volverá .”
de “El tiempo, gran escultor” de Marguerite Yourcenar

“Tres mil seiscientas veces en cada hora, el segundo murmura: ¡acuérdate!- y con su voz seca de insecto, dice el ahora: Soy el ayer, y en efecto me he chupado tu vida con este labio inmundo.” “Acuérdate que el tiempo es jugador tenaz, ¡que no hace trampa y gana tiro a tiro! Es la ley. El día baja; crece la noche, ¡acuérdate! se agota la clepsidra; el abismo es voraz.”
de “El reloj” de Charles Baudelaire

“Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad. Podemos aceptar con resignación la muerte que sobreviene después de una larga enfermedad, e incluso la accidental podemos achacarla al destino.; pero cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de qué lado nos encontramos. La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiera sido dueña de la vida durante toda su existencia. Muerte sin previo aviso, o sea, la vida que se detiene. Y puede detenerse en cualquier momento.”
de La invención de la soledad de Paul Auster

Alguito

Hoy he sentido (y ¡vaya si no es poco!) que era capaz de Amar cualquier cosa que fuese amada por alguien más. Esto es, la capacidad de Amar todo lo que fuera en sí amable. Y ¿cuánto es esto sino, todo, o casi todo lo que ha existido sobre el Mundo?
Pero sé que no he de hacerlo, pues nadie hasta ahora me ha dado una buena razón para que quiera ser Pura.
Me estoy poniendo romanticona, ¿no? Es que ya es hora es dormir...

(4/1/1980)

Breve Historia

Ante tiempos confusos, difíciles acaso, se presentó Él. El Salvador, el Único, el Elegido. Él... bien digo. Enseñó a Q la moral, enseñó la Fe, enseñó el Amor. Q fue pronto más que un cuerpo y ¡cuánto más! Una persona. Pudo, al fin, sonreír a la Vida, y hablar con Él era (al fin) realmente hablar.
Hubo que aclarar muchas cosas, porque los términos del trato eran confusos. Ya sabían que se sucederían siglos de filosofía por ello, y acaso nunca acabasen (eso creían). Y aun así hubo malentendidos... Él atacó duramente a todos los Seres Mágicos, y hubo que quemarlos en la hoguera porque no eran Dignos. También hubo que encerrar después a quienes lo recriminaban, porque... bueno... porque era Él, no más que eso.
Al final, se supo (o no) que nadie debía morir, pero es que entre ellos no se entendían claramente. Sin decir más, Q creyó que él prometía la Paz. Tal vez sí lo hacía, mas... no fue Paz lo que llegó al mundo.
Pasaron cosas... todos saben... Él, el perfecto, el inmaculado, el soberano, terminó por mostrar sus manos manchadas de Infierno, y Q aprendió el dolor, aprendió la naturaleza de lo impuro.
No hace falta pensar demasiado para saber qué pasó después... Q desconfiaba... y había palabras mucho más hermosas que lo invitaban a vivir de otro modo más acorde a sus costumbres. El Discurso de la Razón lo invitó por sus caminos nihilistas y allá fue, que se volvía positivo, que se volvía romántico, que se volvía positivo... Claro, cuando se sintió solo, volvió a añorar a Él que había sido por largas eras un consuelo, una verdad, un único abrazo omnipotente. Tal vez no real, pero si intensísimo y digno de Amar.
Así sucedió el Tiempo De las Confusiones, en que Q volvía a confiar en Él (acaso por desmemoria, por escucharlo... o por su necesidad de no morir tan pronto), y luego decía que no, que no, que ya superé esto, lo pasado pisado, bla bla bla... En fin, un vaivén de decisiones siempre absolutas e igualmente perennes.
Lamento no poder decir cómo termina (si termina) esta historia. Continúa sucediéndose insoportablemente junto al Tiempo, como si no hubiese de acabar nunca. Y es que no es, como parece, la historia muchas veces relatada del Cristianismo y el Hombre, sino en cambio mi propia y fantástica historia de Amor.
Sepan disculpar la franqueza.
(Viernes 4 de Enero de 1980. Oh, no, esperen... eso es lo que marca la computadora. Es la madrugada del 16 de Junio del 2006).

AP I

(4/6/06)
El Amor existe, sin lugar a dudas. Su existencia data del s.LXIX a.C, en un manuscrito que relata el primer suicidio por Amor. A través de los años, y en diversas culturas, fue ilustrado por parejas famosas (Cleopatra y Julio César, Adán y Eva, Abel y Eva, Claudio y Eva, Romeo y Julieta, Sartre y Simone de Beauvior, Máxima Zorreguieta y el príncipe Carlos, el mismo príncipe y Eva, Raquel y Alberto, Superman y Luisa Lane, Juanito y Eva, y así) o por famosos enamorados eternamente rechazados o fracasados (Cyrano de Bergerac (?!), el Jorobado de Notre Dame, Alejandro Sanz, Marosa DiGiorgio, Julián...). No me extenderé mucho más sobre este punto: el hecho es que existe. Y, si tomamos historias como la de Penélope o las de Helena de Troya, La Divina Comedia, Antígona, etc, notamos que los seres humanos, por Amor, hacen cualquier cosa. Los actos más desquiciados han sido obra del Amor o ¡peor aun! del Desamor, que es doblemente destructivo.
El Amor modela el cuerpo y desequilibra la mente. Enciende, inquieta, no deja dormir tranquilo ni pensar en las matemáticas. Las personas por Amor matan y se suicidan, se escapan, renuncian a lujos y riquezas, renuncian a la seguridad, mienten descaradamente, sufren castigos, compran horribles osos de peluche con toda candidez y se bañan todos los días, entre otros actos anormales. El Amor escribe libros, cruza el mar, cruza el hielo, supera las distancias fijadas por los océanos. Encuentra flores únicas en el mundo, vence dragones y ogros terribles, embota la mente de los más sabios, pone en guardia a los líderes como ante el peor enemigo. El Amor enloquece, redime, perturba, agita los sentidos. Mueve. Conmueve. Vuelve la vida un hecho real.
Y uno, que usa la palabra Amor tan fácilmente, siempre ahí, en la punta de la lengua, baboseada y manoseada por cualquiera... uno que llora y se entristece por Amor, pero de todas formas se queda en casa comiendo pan y haciendo tareas, de todas formas sonríe a las personas malvadas que obstruyen la comunicación y a las personas estúpidas que hacen preguntas para que uno responda “nada...”, de todas formas se ata los cordones, toma la leche, se ríe con los chistes del diario... como si nada pasara. Uno que dice amoramoramor, teamocontodaelalma, tequierohastaelcieloylasestrellasmáslejanasinclusoesaroja(cuál)laqueestáalladodelaluna, etcétera... y sigue ahí, en la vida conciliadora y liviana, en la rutina que todo lo homogeneiza, entre las gentes de palabras planas y sonrisas planas y miradas secas. Uno –vos, yo, cualquiera- que se ha alimentado de las historias más sublimes, que ha planeado en detalle la Perfecta Muerte por Amor, que ha inventado y reinventado personajes desquiciados de palabras apasionadas... uno que se cree enamorado, no es capaz de intentar siquiera una pequeña nave para ir en busca de una estrella.
A nosotros el Amor no nos mueve. No nos ha salvado de nada. Moriremos de cáncer o atropellados por un auto, como cualquiera. De hecho... moriremos. Tal es el Destino de estos cuerpos frágiles.

15.6.06

Las Causas (descanso del nihilismo)

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.

Jorge Luis Borges

18.5.06

(Aritmética simple del descreer)

1) Sume la cantidad de cosas que lo han decepcionado durante los años que lleva: dará un número grande... y un poquito espantoso.
2) Sume ahora todas aquellas de que desconfió (por experiencia... o por miedo a pecar de ingenuo), y que resultaron ser ciertamente falaces o decepcionantes. El número crecerá considerablemente.
3) Haga una estimación de todas aquellas esperanzas que, de tanto esperarlas, se fueron olvidando y que, por tanto, nunca pudo comprobar. Sume el resultado al número conseguido anteriormente.
4) Reste ahora al total, las certezas que pasaron la prueba y las sorpresas gratas. (disminuyó un poco,no?) Reste también el número de las personas en que confía plenamente (sigue más o menos igual...).
5) Lea a Freud, a Nietzsche y a algún otro viejo maldito de ésos y haga una revisión de su vida a partir de las hipótesis planteadas (no valen los ánimos escépticos). Ahora, haga una lista de la cantidad de veces durante la lectura en que se sintió un pelotudo. Multiplique el resultado de los puntos anteriores por estenúmero.
El resultado es el número de la desgracia: no lo pronuncie en voz alta.

NOTA: Si le interesara acabar con su vida, hay una interesante página en Internet para quien desee ser comido por un caníbal. Tener en cuenta que el hambre mundial es mucho y muy amplio en cuestión de antojos.

17.5.06

Sobre las fábulas de la vida

"La vida es, al fin de cuentas sólo una fábula" nos enseñaba el Guille en las clases de Filosofía, "Sólo tenemos que armar la nuestra, no seguir la de otros". O algo así. Y yo pensaba: guau... qué terrible concepción de la vida... menos mal que creo ciegamente en mi fábula.
¡Patrañas! La capacidad de descreer, de ver, sentir en la piel esta verdad, me ha invadido de pronto (gracias a Algunos)... y sé ahora, finalmente, la terrible ausencia de verdades del postmodernismo.
Puedo ver, con un poco de esfuerzo, que todo Amor es autoconvencimiento, es, incluso Amor a uno mismo (el único realmente existente). Ahora comprendo que la vida no es una mierda. Ni siquiera -éste es el punto- es una mierda. Es posibilidad. Es potencialidad.
Pero entonces ¿qué son todas esas cosas que me conmueven, las cosas que me duelen, las cosas que aún no consigo derribar? ¿son acaso verdades? No... sólo las verdades que no tengo el valor de despojar de mí. Porque el día en que no quede ninguna verdad... el día en que vuelva a reírme de mis lágrimas, ya sin regreso... ése día voy a morir... o voy a salir a matar. La diferencia será mínima.

13.5.06

Para empezar, aclaro...
a) que este blog será más bien comprensible, en comparación con el otro. Sí...tal vez su finalidad sea evitar frustraciones...
b) que no tiene que ver con Susanita específicamente... sólo es un ejemplo de incógnitas que nos obsesionan.
c) que tal vez incluya más incógnitas que posibles respuestas (sólo tal vez)
d) que quiero poner textos de autor, más que míos, pero que seguramente voy a temrinar escribiendo yo porque soy egocéntrica y compulsiva.
Bueno... ya está por ahora...