19.3.07

Tres Diálogos Cómplices del Insomnio

Diálogo modelo.

- Mami, necesito un balcón…
- ¿Un balcón?
- Sí. ¿No ves qué triste está así la ventana? Necesito un balcón… así puedo tener un novio que me cante serenatas.
- Y ¿no te puede cantar serenatas así nomás, sin balcón?
- Es que no puedo pedirle que me cante nada si no tengo balcón.
- Cierto.

Diálogo involuntario.

- ¿Vos me amás?
- ¿A quién te referís cuando decís “vos”?

Diálogo inconcluso.

- Es así: si yo gano vos perdés algo, y si vos ganás yo pierdo algo.
- Ya sé cómo funcionan las apuestas, Pablo.
- Bueno, entonces… (Aquí va una parte irrelevante para la reflexión)
- (Suponiendo que en caso de ganar él le pidiera como mínimo un beso) Claro, pero una prenda proporcional para vos sería que te quedes para siempre conmigo. Así, al perder, los dos perderíamos “el resto de nuestras vidas” que tenemos planeado.
- (Claro, él no respondió nada porque lo último no alcanzó a decirse, pero igual habría dicho algo así como) Jajaja. (Qué pavo. Es que estaba borracho).

7.3.07

Emoción Circense

“Nadie sabe lo que puede un cuerpo” dijo Spinoza, y todos pensamos bah, y fuimos a comprar ungüento para la cintura. Pero vino el Circo a defenderlo, a demostrarnos que sus cuerpos son tan inhumanos, tan de animal o de elfo que no nos queda otra opción que llorar y tratar de hacer piruetas sobre la alfombra.
Ayer los vi. Y anteayer. No puedo dejar de mirarlos, congelada entre el espanto y la fascinación, pensar que si en todos mis años no puedo lograr una belleza tal al menos una vez, habré desperdiciado mis días.
Pero verlos me revela el desafío. Son perfectos: vuelan por el aire, saltan, se contonean, cantan, y te miran con esos ojos que queman algunas cosas que corren aquí dentro. Son inmunes a la muerte, a la perennidad de sus espectadores, a esta impotencia que te hace querer morir antes que seguir encerrado en esta inmovilidad vegetativa. Son perfectos.
Y yo, que escribo, y debería decir apenas escribo, ¿cómo podría jamás igualar la emoción del acto de circo? Tengo que correr, ahora mismo correr hasta un espacio donde pueda aprender a bailar, a volar, a volver del cuerpo una ilusión cualquiera. Tengo que escribir, y con las letras dibujar, y con los dibujos moverme, y con los movimientos saltar en el aire como si fuera ingrávida. Tengo que hacerlo ya, y no sé por qué todavía estoy acá, escribiendo, escribiéndole a nadie, como si el relato fuera un sucedáneo de mi cuerpo, y pudiera acá suturar la herida que me causa esta imposibilidad.
Nadie sabe lo que puede un cuerpo, me dijo el circo. Y yo me quedé llorando –como siempre- mientras miraba en el espejo cómo no dejo de bailar desesperadamente.

(7/3/07)