28.4.07

No es la primera vez que esta impresión difumina mi sonrisa. Como si a los hombres los entendiéramos todos, y a las mujeres sólo las mujeres. Tal vez, en fin, sea cierto ese grosero comentario popular. Pero no podía resignarme hasta no encontrarlo en las almas que más me valen.
O será sólo que en las horas tristes de nuestra infancia aprendemos la metamorfosis, la empatía, el sutil arte mimético que rige nuestras vidas. Y así nos vamos volviendo: letal y vulnerable, dulce y venenosa, curtida por el sol y ablandada por el agua. Sola, compañera, madre, hija y esposa. Pájaro, víbora, ángel, estatua. Y entre todas esas cosas, aprendemos a ser hombres también. Para no morir de ellos.
Ea, leamos nuestras manos, busquémonos con los ojos. Que no he visto todavía un poema de amor que comprenda a mi cuerpo.

(22/4/07)