5.5.08

Alternativa

Y si nos fuéramos dulcemente, despegando centímetro a centímetro, fingiendo que es un juego, que no existe, que la distancia es un cuento de hadas. Y si nos abandonáramos entre sonrisas, si cambiáramos segundos de piel por otros segundos diferentes, con perfume de flores o de ciudad; si diéramos a cambio una sonrisa, y nos abandonáramos primero un minuto, y después dos, y paso a paso olvidáramos lo recorrido. Si saliéramos del amor como se sale del agua, o de la niñez, frescos y arrebolados. Si evitáramos el funeral de las promesas y simplemente nos fuéramos a dormir a otra parte, cantando bajito esa canción sobre barcos que ya no significaría nada. Si nos fuéramos de a poco, como de mentira, si dijéramos que las lágrimas son por esa película, si después del cine tuviéramos que hacer algo y ya no fuéramos a tomar el café. Si todos los días tuviéramos que hacer algo, algo que nos llene la mente y nos haga sonreír a pesar de la tensión, hasta que el cuerpo fuera olvidando (tiene que hacerlo) el contacto, el calor, la caricia específica, ese gesto que hacés siempre con los dedos sobre mis hombros. Si nos zambulléramos en un libro hasta que el perfume del otro -tu perfume tibio de mar- se perdiera entre los perfumes de otras manos pasadas, y los nombres fueran cualquier nombre, una ola más en el recuerdo. Y si nos fuéramos sin tantas palabras, centímetro a centímetro, sin decirle a nadie ni ponerle nombre al tiempo nuevo; si llenáramos la mente de ananá y música con letra, y cantáramos sin oírnos, sin oír nada, nada, ni el mar.
Si, casi sin hacer ruido, desenredáramos los futuros y los colgáramos de árboles diferentes, acaso próximos, no sé. Si saliéramos del otro como se sale de la niñez, del agua fría: con la cara brillante y sin mirar hacia atrás.

4.5.08

Trafalgar, maniquí, sinécdoque altruista de un pollo naranjoso

Dirás (o pensarás, más bien, porque las palabras no te sobran) que soy ninfómana, o amoropática, o todofílica, o insoportable. Y notarás al instante que una sola palabra no puede abarcar el oleaje complicado que lleva mi amor lejos para luego traerlo y arrojarlo furiosamente contra los tres millones de granos de arena que comprenden tu cuerpo.
Es curioso que vayas a decir (bah, pensar) esto mismo. Es curioso porque es justamente lo que yo esperaba que dijeras. Justo lo que yo te haría decir si fueras un personaje de mis textos. Sí, te haría insoportarme si pudiera escribirte, porque en verdad es lo que deberías hacer. Pero de todos modos es lo que harás; la existencia es, al fin y al cabo, un espejo de nuestras voluntades literarias.
Dirías que tengo un hambre de siglos, una necesidad enferma de ser amada, si no lo hubiera dicho yo antes, digamos, ahora mismo. Si no lo dijera yo todo el tiempo lo dirías vos, lo sé, claro que de otra forma, con menos palabras y más miradas. Y me dolería demasiado, así que lo digo yo ahora, pronto, antes de que transformes mis palabras en alfileres.
Dirás (¿o ya dijiste?) que me siento fea y por eso necesito seducirte todo el tiempo, convencerte -para convencerme a mí- de que con suficiente esfuerzo puedo ser hermosa. Pero eso no está bien. Deberías haberlo dicho de otra forma, deberías haber dicho que -al igual que las demás mujeres del mundo- necesito de otro ojos para verme, y que apenas queda mi cuerpo desprotegido de miradas ajenas comienzan las confusiones, las alucinaciones, en un segundo me pierdo en la tiniebla de la inseguridad. Deberías haber dicho eso, pero claro, no lo sabías, no podés recordarlo todo el tiempo.
Dirás (y en realidad es bastante curioso que vayas a decir justo lo que yo supongo que dirías cuando pudieras hablar) que basta, que me Amás, que me deje de romper las pelotas con esa necesidad imperante e ininterrumpida de que me asegures, me certifiques, me jures y perjures que te gusto, que todavía me querés, que no te pasa nada.
Y yo voy a responderte (andá sabiéndolo), con los ojos llenos de lágrimas y la panza hecha un bollito de papel rayoneado, que todo el amor que yo profesaba a la existencia fue a parar a tu estómago cuando decidiste comerte al mundo a pesar mío, y que -para que sepas- todas mis horas se aferran al amor para no ser vanas, y mi cuerpo (que está hecho de tiempo) se pliega a la tarea ciclópea de absorber con todos los sentidos esa masa terriblemente efímera que solía llamarse vida y ahora se llama Vos, y que es para protegerte de mí misma (bien sabés que es necesario) que recorto cuidadosamente cualquier línea de pólvora que mi amor riege fuera de los límites establecidos de tu cuerpo. Y también voy a recordarte que duermo como promedio tres horas menos que vos, que no miro tele ni me distraigo -en general- con ficciones que no cuenten con tu nombre, y que durante todo ese tiempo extra no dejo nunca de amarte, pero tampoco ignoro que -justo en ese instante- estás durmiendo inocententemente muy lejos de donde existo, razón por la cual generalmente busco un resarcimiento por tanto cariño que sale y no vuelve. Ya llorando, voy a gritar que cualquier gramo de cariño que no pueda depositarlo en vos voy a tener que destinarlo a alguna otra cosa fuera, porque no soy dueña de reducir la desesperada producción de amor que genera mi cuerpo muriente y que -cuando eso pase, cuando algo o alguien más haya acumulado suficientes kilos de mi amor- te vas a enojar conmigo y me vas a preguntar por qué, por qué hacés eso, y yo te voy a recordar esta conversación.
Eso es lo que voy a decir y, efectivamente, es lo que va a suceder. Será un fenómeno curioso, realmente, puesto que es lo que yo supondría que debe pasar. La realidad, verás, tiene una sugestiva semejanza con la ficción, con la historia que yo escribiría si escribiera nuestra historia.