5.10.09

Lo que debí haber respondido, pero tenía sueño

Franquito, querido. Es como si me hablara un hombre del pasado. Como si quisieras abrir una ventana desde el piso nublado del mes pasado, como si vinieras rasgando el papel del calendario con las uñas crecidas de quien ha caído a un lado de la historia, como si página por página arrancaras los días que te separan de hoy hasta abrir un boquete y lanzar la voz como una piedra desesperada.
Es que leíste algo que te escribí hace un mes. ¡Un mes! No vale para hoy. Tendría que escribirlo de nuevo cada día, pronunciarlo las manos cada vez hasta hoy, para que el camino siguiera abierto. Para ser esas palabras todavía hoy, años luz desde ese momento prehistórico.
Es que tu silencio fue una piedra más en la escalera para esculpirme el rostro de cada mañana. Desandar los hechos como si el pasado cambiara, no, qué tontería. No soy un cuento de ciencia ficción. Pensé que lo habías leído y callabas, como muchas otras veces, como hice yo o todos hicimos. Despensar no puedo.


Soy -es difícil convivirme- un río de Heráclito, un personaje inventado por Foucault a su capricho.


Pero puedo volver; volver existe. Creo, desde hace un tiempo tengo fe. Si vos pudiste volver de tu entierro de los días, rasgar el tiempo que te aventajaba y lanzar la voz hasta acá, aunque fuera una piedra sin papel, un pedazo del mundo tanteado en la oscuridad. Si yo alcancé a ver acaso un ojo tuyo, acaso un diente, en el vacío de papel arrancado en el calendario. Si volver existe en un sentido, no veo por qué no exista en el opuesto.
Pensándolo bien, vuelvo todo el tiempo. La memoria está llena de puertas para volver. La piecita del fondo acumula juventudes y broncas, odios, utopías y amores, sobre todo amores, para usar convenientemente al volver.
Lo que sí, perdón por no poder volver cuando quiera yo, cuando leí tu piedra o ahora, es que la cordura tiene la llave de todas los volveres. Y no las presta, hay que escaparlas cuando duerme.