Y el destino del amante es el agón, siempre. Rondar el aire previo a la flor, que se tiñe de olor a sangre y arcángeles armados.
Ella, sólo ella, en su erguirse mansamente, hiende el cosmos, lo penetra. De aquella grieta descienden los Cielos, y por eso en rededor está todos iempre lleno de sangre. Aquel hueco que hizo, que se hizo con ella acaso, aquel hueco espantoso que siembra de cadáveres el campo, no termina nunca. Todos allí lo saben, y sollozan, y en silencio dejan pasar al amante, que no ve sino flor y fuego.
Su destino es la agonía. No queda más, luego de aquel intenso rondar el campo del instante previo. Es verla casi, jugar a verla; apresarla entre las sombras y los ojos. En su juego erótico, infinito, la flor se queda ahí, se prende en él y no se irá jamás. Aunque él corra fuera, se arranque del campo, aunque intente olvidarla y finja que no ha pasado, volverá cada vez, a cada instante. No puede dejar de hacerlo ya.
Pero el amante no sabe, avanza entre el cosmos mutilado, los ángeles moribundos, que lo asustan un poco y luego lo dejan, si ya es tarde para él, si ya está perdido.
(14/12)
Subjuntivo
Hace 11 años.
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