29.9.08

Carta a un amigo inexistente

La posibilidad de la música corre más rápido que yo. No la alcanzo.

Son las doce y doce
y fueron, hoy varias veces, las seis y seis, las siete y siete, las diez y diez.
Estoy cansada. No entiendo. No la alcanzo.
Hoy fui tan feliz y fui tan miserable luego. A las nueve y nueve, tal vez, que no miré a tiempo.
Tengo mucha gente que me abrace y necesito más.
Tengo mucha gente que me escucha y te escribo a vos, nadie.
No alcanzo la música. No llego.
Me angustia que no sea una cuestión de voluntad, sino de tiempo que ya perdí. No la alcanzo.
Me angustia la fragmentación de éste mi discurso.
Alguien en mi casa dice: el frío existe. Y eso me pone triste. Por qué. Por qué.
Hoy escribí la esperanza del futuro. Masticaba truenos, pisaba la tormenta del martes que viene. Pero no tengo permitido habitar en pasados ajenos, mi máquina del tiempo sólo sirve para que los fantasmas me golpeen en la panza y me hagan llorar mostrándome sus llagas. No tengo permitido cantar con voces ajenas. Luché con la tormenta y perdí, y no lo sabía. No tengo permitido dejar que a mi cuerpo lo moldee el amor. A mí sólo me tocan las manos del dolor. Nunca dejaron de tocarme, mirá las marcas: no tengo conectores, no puedo ni escribir.
Hoy traté de volar, otra vez, sin esperar la ayuda de Dios, esperando la de la tormenta. Pero ella usa su viento para matarme de amor, no para vivirme de él.
Quiero avisarles a todos que no me hablen porque no les voy a responder. Y no puedo, porque nada más puedo hablarte a vos, nadie, a vos.
No la alcanzo. La posibilidad de la música se voló lejos. Se solidificó antes que mi agua se fundiera en ella.
No entiendo. Estoy cansada.

No es ninguna hora.
Hoy fueron tantas veces las tres y tres, las once y once, las doce y doce.
Es como si el mundo tratara de decirme algo y yo no entendiera.
Es como si yo quisiera leer algo en los balbuceos del mundo, y en realidad no hubiera nada.
Sólo las doce y doce, las diez y diez, las siete y siete.
No la alcanzo. Corre tan rápido. Hacia el pasado corre, y yo no puedo volver a un camino que no fue el mío.
En el pasado sólo están los chicos, hola chicos, cómo están. Y todas las señales enredadas con nadas y con tristes pocos. No las veo. No entiendo.
¿Sabés? Ya no dibujo con el azúcar. Ya no combino el color de las tazas con la ropa. Ya no escribo completas las cosas que me gustan. Ya no corro por los párrafos como cuando mi intelecto era joven. Ya no apuesto todo a la intensidad. Ya no compito con Dios a ver quién es más increíble. Ya ni siquiera estoy enamorada de Dios. Ya no sonrío tanto cuando me llueve encima. Ya no puedo ver las formas en lo que escribo. Ya no escribo ninguna novela. Ya no dibujo. Ya no sé pintar. Ya olvidé casi todas las cosas que con esfuerzo había logrado que mi cuerpo aprendiera a hacer. Ya la gente no sabe que la quiero. Y lo peor es que cada vez los quiero más, a todos.
Encima, mi pieza está llena de libritos mal escritos por mí, en el lugar que podría ocupar mi piano, mi edén.
Con el tiempo descubrí que las cosas que más me hacen feliz son tres: hamacarme, nadar, tocar música.
Ya no puedo hamacarme porque me mareo.
Ya no nado nunca. La respiración, el frío y la distancia del agua me lo impiden.
Y la música... la posibilidad de la música... corre hacia el pasado
y no la alcanzo. Y no la voy a alcanzar.

Voy a llorar. Es lo único que hago bien todavía: llorar. Lo único que me separa del resto de los mortales.
No es ninguna hora. El futuro no es el trueno. El pasado no es la música. Y no es todavía la una y uno.
Voy a llorar. Si no vuelvo, es porque fui feliz.

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