Quién me dijo que volviera a creer en ella, que dejara de llamarla Dios, esa vulgar palabra que sirve sólo para horrorizarse. Me pregunta por qué mis poemas no tienen alas ni monstruos, por qué respiro, cómo es que ya no cierro los ojos con dolor cuando leo la frase (estratégicamente escrita al inicio del celular) "los ángeles se fueron a la guerra".
Yo le explico que crecí, que fui haciendo una escalera con todos los segundos que, besados por el amor, ya no me mordían los ojos. Y así salí. Me escapé de la impotencia, del sótano donde guardaba los fantasmas, de todos los subsuelos donde me había resignado a morir. Salí del fondo más fóndico de mí misma y, asomada a los ojos que son como dos ventanas de barco, me fui a tomar agua.
Ella no me pregunta qué voy a hacer con todas las paredes que rayé. Está más preocupada por saber si estoy enojada si nunca más voy a creerle si alguna de las de mí va a seguir escribiéndola. Quién, siempre vas a cuidar de mí. En mi cabeza nunca se detiene esa cinta que proyecta el mundo en blanco y negro, donde no hay injusticia sino sólo dolor, y alas, e inmensa cantidad de flores carnívoras.
Entonces Quién se pierde entre los pliegues del silencio de la casa, y seguro planea algún golpe para llenar de nuevo mi cuerpo de misterio y fe, aun si eso me hace miserable, porque lo importante es dejarme cautiva
es ponerme un vestido y susurrarme al oído las palabras que me hagan hundirme. El grillete es mi propio amor por las ficciones absolutas.
Subjuntivo
Hace 11 años.