Las manos escarchadas de piedra, frágil ya por los siglos que pesaban, se sacudieron el polvo y los pegotes. Fue un suceso increíble. Los ojos pecaminosos que las escrutaban se alborotaron enseguida y dieron la señal a las Luciérnagas, pero sólo a las amarillas. Desde entonces sobrevolaron el cuerpo y, por sobre todo, las manos, que habían sido marcadas para siempre.
Sacudirse el polvo, como sabemos, no está muy mal. Sólo un poco, solo cuando el polvo es Polvo Mágico, pero este no era... ¡era polvo de azufre! ¡era cosa prohibida, y nadie preguntó si así era! Es por eso que las manos se enojaron al tercer día de las luciérnagas amarillas.
- ¿No nos dejaréis nunca en paz? ¡ey! ¡a vosotras les hablo!
- ¿Cuándo se irán por fin y nos dejarán en paz con la oscuridad?
Pero ellas siguieron revoloteando alrededor como si nada, livianamente y, sin embargo, con esa mirada inculpadora que tienen siempre; no contestaron, porque las luciérnagas no hablan. En especial las amarillas.
Los ojos pecaminosos eran espiohólicos. No podían dejar de mirar. Así que descuidaron sus asuntos de iris y retina para ver, ver siempre, ver todo el tiempo lo que las manos hacían, a la luz permanente de la noche-nunca.
Ellas hicieron caso omiso de los espectadores y se dispusieron a devorar el espacio que las condenaba. Hicieron con él bollitos que parecían de pan, e hicieron hilitos que parecían fideos y muchas cosas increíbles. No sé cómo los devoraron. Saben, las manos no tienen boca. Por eso son manos.
Bueno, el hecho es que la distancia fue distinta y eso (¡qué paradoja!) no fue un problema para los ojos pecaminosos, sino más bien les molestaba la placidez de las manos. El espacio seguía igual, todas las cosas en su lugar, pero la distancia... fue devorada en pequeñas cenas a la luz de las luciérnagas.
Entonces las manos alcanzaron otras manos y nada (nada) de lo que conté antes importó entonces.
Subjuntivo
Hace 11 años.
1 Comment:
yo tambien quiero de esas manos que se comen los espacios...
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