El día de Santa Rosa hacía sueño y un sonido mágico que había olvidado desear. Me levanté desconcertada, para buscar frenéticamente el nombre de aquel perfume que me había invadido el tiempo. Pero tuve que esconderme porque las personas gritaban, y se habían vuelto un poco locas también.
El día de Santa Rosa tenía un aroma de cerrar los ojos. Lo había sentido el día anterior: aquel sosiego dulcísimo que anticipaba el milagro. Y hube de revolver entre esos pocos recuerdos que son más que letras y borrones para encontrarlo.
Un amanecer en el campo. Madrugar en Mar del Plata. La tarde tranquila de Córdoba vacía. Tener sueño y salir de casa para verte igual. Una vieja casona en Unquillo. Los jazmines florecidos que me raptan al pasar. Las cosquillas del frío en el cuello. Mis ciudades, angélicas, que se vacían. Y la peatonal que brilla e invita, con los sauces llorando sobre el río. Todos esos recuerdos y un mismo perfume que los conecta.
El día de Santa Rosa me devolvió una parte del alma que se había llevado el verano. Y yo abrí la ventana y me llené el pecho de aquella niebla finísima que merecía ser recibida así, con lágrimas en los ojos. Esa magia que había olvidado desear y que lleva el bellísimo nombre de lluvia.
Tanto tiempo esperándola, y yo sin saberlo.
(1 de septiembre)
Subjuntivo
Hace 11 años.
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